El movimiento es sereno y majestuoso, me absorbe el color por
momentos fulgurante, por momentos umbroso, de esmeraldas líquidas azuladas. A mis costados percibo rocas con entradas sin salida, que van quedando atrás con cada aleteo. Y los peces
pasan casi sin verme hacia un destino certero. Suena un rumor sordo que acompaña vibraciones secretas. El musgo y las algas me acarician en una suave mansedumbre acolchada. Todo tiene un encanto casi silencioso, como un encaje bordado de misterio y magia.
Existe una ciudad perdida en el fondo del océano de donde provengo. Más antigua y bella que la Atlántida, con sabiduría de milenios, incandescentemente blanca y sagrada.
Quedamos pocas. Mi canto se eleva buscando el espacio, y cada nota es una invitación de amor inmortal para aquellos peregrinos que desconocen la Ciudad- Templo. Algunos barcos llegan a parar sus máquinas, y el humano nos escucha extasiado. Luego me sumerjo y lo último que alcanza a ver, es un revoloteo de oros y platas destellante.
Al llegar uno de ellos a nosotras, descubre
subyugado, que el oxígeno se acomoda a sus necesidades y puede respirar libre y cómodamente.
Así, entre las sombras y las luces que se filtran, mueve encantado a través de la líquida transparencia, su cuerpo ingrávido, como si danzara en el espacio. Lo miramos sonrientes, y nos comunicamos sin palabras. Descubre entonces con cierta sorpresa, que puede compartir todo aquello que siente, y es comprendido como pocas veces.
Nadamos, flotamos, y le mostramos tesoros escondidos. Antiguas cadenas de corales, barcos hundidos y demás maravillas. Me engalano junto a mis compañeras, con diademas y collares, riendo de las travesuras que urdimos. Hay quienes en este tramo, prefieren quedar presos entre los cofres llenos de lingotes y monedas de oro, extasiados ante el fulgor de la piedras preciosas y se pierden...
Pero este humano, nos sigue. Lo guiamos secretamente, hacia la extraordinaria y única Ciudad-Templo. Esa exquisita, misteriosa y casi desconocida ciudad; construida íntegramente con Cristales Maestros y que tiene Milenios...
Pocos, muy pocos la conocen. Sólo nosotras y los escasos afortunados que no temieron seguirnos. Durante siglos los hemos llamado, pero ellos suelen sufrir el estigma emocional del miedo. Incompatible con la Sabiduría que reina, soberana en este lugar.
Desde lejos, ya parece llamarnos con Luz propia. Refulge tanto en el océano, que resulta curioso no haber sido descubierta jamás. Despide de cada una de las facetas de sus cristales, una miríada de colores; miles y miles de arco-iris regalan una sensación de dulce y brillante calidez.
Nos acercamos maravillados, porque aunque se la conozca, siempre es diferente, se renueva y asombra. Sólo los peces la circundan casi indiferentes a su esplendor. Jamás es posible entrar por la misma puerta.
Sólo la intuición señala la posible entrada. La Ciudad gira, rota o queda inmóvil, respondiendo a las vibraciones que capta de la superficie.
Posee Inteligencia y se autoabastece. Es la última que aún queda...
Los Maestros decidieron que debía ser conservada. Creen que la Humanidad dará un salto cuántico y cuando así sea, será de enorme utilidad. Mientras tanto nosotras, oficiamos de guías a quien se atreva a ir más allá de la mente, y fluir con el Todo.
Desde las profundidades emerge un canto que se mezcla con el sonido de campanas y el tintineo de cristales. Es un canto que invita...un canto que hipnotiza. Aunque lo principal exista en sus silencios. Ese canto, ese silencio es para tí, Terráqueo; es para tí; Viajero del espacio. Te lleva amorosamente a mi hogar, que es el tuyo en realidad.
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Describes una ciudad bajo las aguas. Lo relatas con maestría, ahora que he leído "Mi hogar" en su integridad. Me transportas con tu imaginación, más la mía a otro lugar. Un lugar lleno de Espiritualidad y Buenas Vibraciones. Un abrazo muy fuerte. Lola
ResponderEliminarUn abrazo muy, muy fuerte para vos,
ResponderEliminarLola querida.