lunes, 27 de enero de 2014

Arte. Un paseo latino en París

Fundación Cartier. La selección de artistas argentinos incluidos en el panorama fotográfico de la región exhibido en el prestigioso centro de arte contemporáneo confirma el poder de las imágenes de Marcos López, Marcelo Brodsky, Graciela Sacco, Facundo de Zuviría y León Ferrari, entre otros
Por   | LA NACION

Con video propio, Marcos López, autodenominado "el Andy Warhol del subdesarrollo", fue uno de los protagonistas de la muestra. Foto: Gentileza Fundación Cartier

Un grupo de jóvenes de unos veintitantos llega a la Fundación Cartier. "Este es mi territorio", bromea uno. Lo dice en francés pero con un reconocible acento latinoamericano, en referencia a América Latina 1960-2013 , la exposición que la fundación de arte contemporáneo situada sobre el bulevar Raspail exhibe hasta principios de abril. Rodeado por 500 fotografías de 72 artistas de 11 países latinoamericanos, es normal que este latino se sienta como en casa.
Después del australiano Ron Mueck, cuyas esculturas hiperrealistas atrajeron a más de 300.000 visitantes convirtiendo a esa muestra en el mayor éxito de la fundación desde su creación en 1984, Cartier se sumerge en el subcontinente latinoamericano. A través de obras en las que interactúan textos e imágenes fotográficas, la exposición ofrece un panorama de aquellos hechos que marcaron la región desde 1960, luego de la revolución cubana, hasta el periodo actual: los movimientos revolucionarios, los regímenes militares represivos, la emergencia de guerrillas, las transiciones democráticas y la inestabilidad política y económica, vistos por los artistas.
Por momentos demasiado didáctica y concebida desde una mirada totalmente europea, la muestra tiene el mérito de presentar a artistas latinoamericanos a veces desconocidos para el público francés. Se destaca también el documental- road movie del artista paraguayo Fredi Casco y de la directora Renate Costa, que durante cinco meses y a pedido de la Fundación Cartier atravesaron América Latina y entrevistaron a algunos de los artistas expuestos. La película, de 140 minutos, se descubre recién al final de la muestra y puede verse en la web de la fundación (fondation.cartier.com). Entre los argentinos aparecen Marcelo Brodsky, Graciela Carnevale, Marcos López, Luis Pazos, Juan Carlos Romero, Graciela Sacco y Facundo de Zuviría. Sus testimonios enriquecen y ofrecen una nueva dimensión de sus obras.
"Somos casi la única institución parisiense en interesarse en esa parte del mundo: intentamos ir allí donde los otros no van. El público europeo no conoce mucho el arte de esa región, y se lo quisimos hacer descubrir. A las obras de países más presentes en la escena del arte contemporáneo, como la Argentina o México, se suman las de Perú, Paraguay, Colombia y Venezuela, por ejemplo", explica en diálogo con adn Leanne Sacramone, integrante del equipo de seis curadores. A ella le tocó viajar por la Argentina, Colombia y Cuba para seleccionar obras. Fueron dos años de preparación y se intentó, cuando era posible, presentar tiradas de época. La muestra está coproducida por el Museo Amparo de Puebla, en México, donde se presentará de mayo a septiembre.
La exposición ocupa los dos pisos de la fundación y se divide en cuatro temas. En "Territorio", las obras revelan el cuestionamiento de numerosos artistas sobre la noción de identidad latinoamericana, entremezclado con la delimitación de los diferentes países que componen la región y que dio origen a numerosos conflictos. El chileno Elías Adasme (1955) se para al lado de un mapa de Chile en el que la referencia geográfica es borrada y reescrita sobre su cuerpo, símbolo de que son los individuos y no un poder político los que construyen un territorio. La brasileña Regina Silveira (1939) presenta un rompecabezas que nunca es armado de la misma manera. Cada nuevo montaje, con piezas en negro o que reflejan las caras de Pelé, Carlos Gardel o el Che Guevara, dará lugar a una nueva lectura de la historia. Para la brasileña Leticia Parente, el compromiso pasa por involucrar el cuerpo mismo: se cose con un hilo la frase Made in Brasil en la planta del pie. Entre los argentinos, Carlos Ginzburg (1946) fotografía facetas del fenómeno turístico y Jorge Macchi (1963) documenta algunos barrios de Buenos Aires con imágenes y sonido.
Bajo la temática "Ciudades", la exposición analiza el crecimiento exponencial de las ciudades latinoamericanas, que albergan el 80% de la población y reflejan "una evolución caótica". El mexicano Pablo López Luz (1979) captura las formas precolombinas de la arquitectura moderna. La colombiana Rosario López (1970) se interesa en los reordenamientos urbanos de Bogotá, que tienen por objetivo desplazar a las poblaciones más desfavorecidas: se levantan conos de hormigón en los rincones de las calles para que no sean ocupados por los sin techo. En la serie Tristes Trópicos , de Marcos López (1958), "el Andy Warhol del subdesarrollo" como él mismo se denomina, sus ya conocidas fotografías que explotan de colores muestran las ciudades argentinas marcadas por la mutación neoliberal posdictadura. Facundo de Zuviría (1954) inmortaliza el fin de la clase media a través de fotografías de los comercios con las persianas bajas luego de la crisis de 2001. Al mirar hacia fuera aparece la obra Bocanada , de Graciela Sacco (1956). Las bocas abiertas que piden algo y frente a las cuales no es posible ser indiferente se multiplican sobre el mural de la Escuela Especial de Arquitectura, frente a la fundación.
"Descubrí el compromiso y el humor negro de los artistas ante la dificultad, y siento que hay algunos cuestionamientos parecidos. Muchos se interesan por las contradicciones entre el espacio urbano y lo que pasa en la calle, o transmiten la nostalgia de un tiempo pasado que era mejor, como las litografías de época de De Zuviría o las fotografías del cubano Eduardo Rubén", agrega Sacramone.
Bajando las escaleras, "Informar-Denunciar" refleja la presencia de la violencia política en las obras. Juan Carlos Romero (1931) recupera sangrientas portadas de diarios de los años 60 y 70, y la serie Nunca más de León Ferrari (1920-2013) les demuestra a los europeos que, aun con el retorno de la democracia, las heridas todavía están muy presentes. Las ocho fotografías de Luis Pazos, Transformaciones de masas en vivo , que fueron en un principio realizadas como un hecho estético, se convierten en otro testimonio de las atrocidades de la dictadura: muchos de los estudiantes de quinto año que participan en ese body work colectivo, jugando a posar haciendo formas, terminarán desapareciendo.
En "Memoria e identidad", las obras revelan los cuestionamientos de la sociedad latinoamericana en plena mutación a partir de los años 90. Marcelo Brodsky (1954) se interesa en la forma en que las desapariciones durante la dictadura (entre ellas, la de su hermano) impactaron sobre su generación y sobre la sociedad argentina. En Buena memoria , marca sobre una vieja foto escolar el destino de cada uno de sus compañeros del Colegio Nacional de Buenos Aires. Tres aparecen tachados, entre ellos su mejor amigo: dos son desaparecidos.
La peruana Milagros de la Torre (1965) se detiene en la vestimenta antibalas fabricada en Colombia, con apariencia de prêt-à-porter , para proteger a la gente de los ataques armados. Y Marcos López reaparece con su serie Pop Latino . Al salir, es necesario tomarse un café crème o caminar algunas cuadras para reconectarse con la dinámica parisiense.
Ficha. América Latina 1960-2013 en la Fundación Cartier, París, hasta el 6 de abril.

sábado, 25 de enero de 2014

ISABEL ALLENDE

“James Bond está muy trillado y los héroes son un fastidio”

POR BÁRBARA ALVAREZ PLÁ


Nuevos horizontes. La célebre escritora chilena acaba de publicar su primera novela policial. / LORI BARRA.


18/01/14
“Mi madre todavía está viva, pero la matará el Viernes Santo a media noche...”. Así comienza El juego de Ripper (Plaza & Janés, 2014), la última novela de la escritora chilena Isabel Allende, autora de obras como El cuaderno de Maya o La casa de los espíritus. Allende, cuyas obras están traducidas a más de 35 idiomas, nos sorprende dando un giro total a su narrativa, e incursionando en un género que nunca antes había tocado: el policial. Al estilo de la novela negra escandinava y en un intento de seguir la estela de la trilogíaMillenium de Steig Larsson (aunque un poco lejos de la destreza del sueco), El juego de Ripper, que la pasada semana fue número uno en ventas en España, y ahora lo es además en Argentina y Chile, es la historia de una oleada de crímenes que sacude la Bahía de San Francisco, tal como antes había asegurado una famosa astróloga en sus predicciones. Los personajes principales, y los únicos interesantes de la novela, son femeninos: Indiana Jackson, dueña de una clínica holística y su hija Amanda, una adolescente inteligente e inquieta que con un grupo de amigos virtuales juega a “Ripper”, un juego de rol en el que van resolviendo crímenes en el Londres de Jack el Destripador. El juego tomará otro cariz cuando la madre de Amanda sea secuestrada y los chicos se utilizarán entonces la lógica de su juego para tratar de atrapar al asesino en serie que aterroriza a San Francisco. Siempre dos pasos delante de la policía, que la escritora refleja como un cuerpo incapaz de resolver el misterio. Vía mail, Isabel Allende respondió a las preguntas que le planteó Clarín sobre la novela.
-¿Por qué decidió cambiar tan radicalmente de género?

- Fue idea de mi agente, Carmen Balcells. Se le ocurrió que mi esposo, William C. Gordon, escritor de novelas policiales, y yo podíamos escribir algo juntos. A mí el género no me había interesado hasta que decidí incursionar en él, entonces comprendí la fascinación que mucha gente tiene por ese lado oscuro de la existencia. Mi esposo y yo no pudimos cumplir los deseos de Carmen porque comprendimos rápidamente que íbamos a terminar peleando en serio. Él dice que soy muy mandona y que si es difícil aguantarme en la vida cotidiana, mucho más lo sería trabajando juntos. Además, el escribe en inglés y tiene una capacidad de atención de once minutos, yo escribo en castellano y puedo escribir durante once horas. Desistimos. Willie se fue a su pieza a escribir su sexta novela policial y yo a la mía a comenzar la primera.

-¿Cómo se documentó para que los crímenes fueran creíbles?

- Asistí a una conferencia de escritores de novelas policiales donde aprendí mucho. Hablé con policías, detectives, un médico forense, un químico que me orientó respecto a venenos, un experto en armas. Conseguí los libros que me recomendaron y me puse a estudiar. Incluso un asesino en serie me ayudó a crear un villano creíble.
-¿Es lectora de novelas policiales?
-No, pero leí la trilogía de Steig Larsson, algo de Jo Nesbo y vi películas de crímenes. Quería escribir algo dentro del género, ciñéndome a sus reglas habituales, pero con ironía, un poco en broma.
-La novela es muy realista, incluso violenta, pero se las ingenió para introducir elementos que recuerdan al realismo mágico. ¿Cómo se combina eso con el policial?

-Creo que la novela es muy realista. Vivo en California, donde todo lo New Age y la medicina alternativa está de moda- Conozco varias persona que consultan astrólogos, psíquicos, videntes y hasta un médium que comunican a perros y gatos muertos con sus amos. Cuando esto ocurre en Latinoamérica se llama realismo mágico, pero si pasa en el primer mundo tiene nombres aceptables. El personaje de Indiana Jackson, que emplea métodos poco convencionales para sanar, no es totalmente inventado, tuve como modelo a una “bruja” buena de Argentina. La astróloga predice lo que va a ocurrir, aunque al final del libro se sugiere que tal vez no fueron los astros quienes la informaron del baño de sangre que sufriría San Francisco, sino la persona que lo iba a provocar. Fue fácil combinar todo eso con lo policial, porque se da en la realidad todo el tiempo.
-Quienes en realidad resuelven los crímenes son un grupo de chicos, ¿ya no es creíble la figura del detective-héroe?

-James Bond está muy trillado, y los héroes son un fastidio. Me pareció una solución original que quienes resolvieran todo fueran unos chicos inadaptados que juegan online. Le llevan ventaja a la policía porque son intuitivos y porque tienen plena libertad para actuar sin las limitaciones de la burocracia. Ellos juegan y se divierten, como me divertí yo cuando escribí la novela y como espero que también los lectores se diviertan.

miércoles, 22 de enero de 2014

'Arte degenerado': publican online la lista de obras robadas por los nazis

Antes de fin de enero, el Museo Victoria & Albert de Londres publicará online la única versión completa que existe de la lista de obras de arte que el nazismo consideró "degenerado" y sacó de circulación. Hay obras de Paul Klee, Picasso, Matisse, entre otros.  

Poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, los nazis confiscaron miles de obras de arte que llamaron "degenerado" en galerías de toda Alemania. El régimen conservó registros de las 16.558 obras de arte moderno de artistas como Picasso y Van Gogh, que luego fueron vendidas, prestadas o destruidas. El Museo Victoria & Albert de Londres anunció que antes de fin de mes publicará online el único inventario completo que existe del "Entartete Kunst" o Arte degenerado, unos 17 años después de que entrara en su colección.

"Es una de las fuentes fundamentales para entender lo que pasó con una gran cantidad piezas", dijo Heike Zech, curador de la Colección Gilbert del V&A, al diario The Independent. "Queremos que todos tengan la oportunidad de ver los documentos originales de un asunto tan polémico y difícil", agregó. A la importancia en sí de estos documentos, el hecho de que a fines del año pasado se hayan encontrado en un departamento de Munich 1400 obras
 de la colección de Hildebrand Gurlitt le aporta relevancia. El nombre de Gurlitt aparece varias veces en el documento del museo, en el que también se confirma que Herman Goering había comprado tres Van Gogh.

El del arte degenerado nazi forma parte de un plan más amplio del museo de digitalizar su material de archivo. "El caso Gurlitt en Alemania realmente dio en el punto de que esto tiene que ser ahora", dijo el Dr. Zech. La lista fue compilada en el apogeo de la Segunda Guerra Mundial por el Reichsministerium pieles Volksaufklärung und Propaganda, el Ministerio de Instrucción Pública y Propaganda, y cuenta con los nombres de Paul Klee y Oskar Kokoschka, y del alemán Franz Marc, cuya inclusión causó polémica entre los veteranos de guerra porque había luchado por Alemania en la Primera Guerra Mundial, y muerto en 1916.

Las obras fueron confiscadas por el régimen nazi entre 1937 y 1938. Eran, a grandes rasgos, arte moderno. "Todo lo que no fuera sencillo y figurado, lo abstracto y demás era confiscado", explicó el curador Zech. La lista, en orden alfabético y dividida en dos volúmenes, fue donada al museo por la viuda de Heinrich Robert Fischer en 1996, como parte de una colección más grande de publicaciones sobre arte alemán. Fischer era un comerciante de arte de origen austríaco que huyó a Gran Bretaña en 1938, antes de servir en el Cuerpo de Pioneros del ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial.

Zech aclaró que este documento es especialmente importante porque es el único de los tres ejemplares sobrevivientes que contiene los listados de un segundo volumen. El listado ordena las instituciones alfabéticamente por ubicación –desde Aachen a Zwickau– y luego por ubicación cada artista por orden alfabético. Los que tienen una "x" al lado en el registro, fueron destruidos.

"Esperamos que la publicación online del documento inspire más investigaciones entre una gama más amplia de personas que de otra manera no podrían haber tenido acceso", explicó Zech, que aclaró hasta ahora había estado a disposición de los estudiosos pero nunca del público. El doucmento aparecerá en breve en una versión en PDF y el equipo de investigación está trabajando actualmente en una herramienta de búsqueda.

Entartete Kunst fue el título de una exposición que se organizó en 1938 en Munich con "fines educativos", es decir, como ejemplos de mal arte. Para completar el circuito, muy cerca de allí se montó otra exposición del "gran arte alemán", para delinear cómo debía verse. "La ironía, por supuesto, es que todo el mundo se fue a ver la exposición Arte degenerado", dijo Zech. "Fue la más visitada y popular del arte moderno de la época. Sólo unos pocos visitantes se dieron una vuelta por la otra".

 

martes, 21 de enero de 2014

FOTOGALERÍA







Modelos presentan las creaciones del diseñador Charlie Le Mindu, hoy lunes 20 de enero de 2014, durante un desfile de la Semana de la Alta Costura de París, en París, Francia. (EFE/Yoan Valat) - 

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Clarín

lunes, 20 de enero de 2014

Una fuente mágica que nunca se agota

Después de la muerte de Mao en 1976, que había impuesto el realismo socialista de influencia soviética, la tinta y el pincel gozan de una suerte de regreso triunfal que algunos artistas llaman "pintura experimental con tinta".

POR ROBERTA SMITH

The New York Times
Cuando se habla de la historia del arte chino, pocas tradiciones son tan veneradas como el bimo, es decir, la tinta y el pincel. Con esta simple combinación de herramienta y material, se han alcanzado durante siglos los mayores logros de China –la pintura de paisaje y la caligrafía.

La técnica del bimo no vivió un período fácil durante el siglo XX, debido, inicialmente, al modernismo europeo, y luego al Realismo socialista de influencia soviética impuesto por Mao. Las cosas comenzaron a aliviarse, después de la muerte de Mao en 1976, y la tinta y el pincel gozan de una suerte de regreso triunfal que algunos artistas llaman “pintura experimental con tinta”.
Ink Art: Past as Present in Contemporary China, en el Metropolitan de Nueva York (hasta el 6 de abril), analiza este resurgimiento. Presenta 70 obras de 35 artistas, en su mayoría nacidos entre los años 1950 y 1960, de los cuales algunos han tenido muy poca, o ninguna, exposición en Nueva York. La muestra pone en evidencia que algunos artistas encontraron nuevas maneras de usar el pincel y la tinta sobre el papel, en tanto otros conjuraron sus efectos en la fotografía, el video, la animación y hasta en el arte de performance a partir de fotos.
Uno de los trabajos es por ejemplo “Árbol familiar”, 2001, de Zhang Huan, que consiste en nueve fotos color donde aparece la cara del artista progresivamente entintada con palabras en chino, hasta quedar completamente negra, como si Zhang hubiera sido consumido por el palabrerío de su lenguaje o por sus pensamientos.
La exposición debe lidiar con un montaje disperso, incluye trabajos que no siempre están a la altura de la ocasión. Esta estrategia permite que haya algunos objetos firmados por Ai Weiwei, una figura que el Met tal vez consideró esencial pero de la cual la muestra podría haber prescindido.
“Ink Art” es la primera retrospectiva de arte chino contemporáneo en el Met, que cuenta con una de las mayores colecciones de arte chino tradicional en Occidente y un programa de exposiciones igualmente amplio. La muestra fue instalada en todas las salas de arte chino del Met, a veces en compañía de material mucho más antiguo, o en salas con profusos toques arquitectónicos chinos.
El montaje estira la muestra casi hasta un punto de inflexión, en tanto los dos primeros artistas quedan anclados en una galería próxima al Hall Central. La arquitectura también exige disposiciones que desdibujan los temas de la muestra: escritura, paisaje, abstracción y “más allá del pincel”.
De todos modos, “Ink Art” constituye de alguna manera un hito por la forma en que coloca el arte chino reciente sobre el telón de fondo de las apreciadas tradiciones de la tinta y el pincel. Más aún, tiene un enfoque formal que suele estar ausente en las retrospectivas contemporáneas. Y parte de esa cualidad despareja de la muestra puede llegar a tener sus beneficios. Las obras reunidas acaban presentando ambas aristas de un problema universal: cómo encuentran su propia voz los artistas trabajando con y contra el arte que los precede, o cómo no la encuentran, apoyándose en cambio en demostraciones de audacia, de habilidad, de ideas preconcebidas o de un marco conceptual.
La exposición comienza a mediados de los ochenta, cuando llegó a buen puerto el intenso período de la puesta al día vanguardista después de Mao, y artistas que habían absorbido las ideas artísticas occidentales comenzaron a emerger a nivel internacional. La primera de las galerías principales de la muestra despega en un arranque notable con tres rollos colgantes en su mayor parte negros de la serie “Mitos de dinastías perdidas”, 1985, de Gu Wenda, que combinan algunos caracteres chinos gigantescos y superficies de pinceladas extravagantes con algo de paisaje relativamente realista, todo lo cual da la sensación de una tormenta que se acerca a toda velocidad.

A su lado está “Imagen en caracteres de tipografía negra”, de 1989, una obra individual sobre seis grandes hojas de papel de Wu Shanzhuan, un artista conceptual. Esta creación audaz de caligrafía tridimensional en negro sobre rojo y blanco se apropia de la paleta y los caracteres aumentados de la Revolución Cultural. Otras aventuras en caligrafía incluyen las abstracciones enormes e intrépidas de Wang Dongling, y “Libro del Cielo”, 1991, de Xu Bing, una instalación sensorial de libros manuscritos y rollos de pared y techo cuyos caracteres inventados son ilegibles tanto para los orientales como para los occidentales.

Estas obras llenas de ferocidad atraerán la atención del espectador, independientemente de que le gusten o no. Es algo que consiguen gracias a la destreza. La más cautivante es un rollo exquisito hecho a mano por Yang Yongliang, que nació en 1980 y se formó en la pintura de paisaje china tradicional antes de volcarse a la técnica de fotomontaje digital en “Vista de la marea”. Este tributo extremadamente refinado a los rollos pintados a mano de la dinastía Song del siglo XII constituye un comentario al rápido desarrollo de la Nueva China: pronto se verá que las islas rocosas y los bosques densos son en realidad rascacielos de departamentos y torres de alta tensión. Otras candidatas son el recargado “Rollo de tinta” (1990) de Liu Dan, un paisaje denso, anaranjado en parte, con una plétora de formas estilo O’Keeffe que casi podría ser una ilustración para un cuento de ciencia ficción, y la obra más serenamente cósmica “Caos primaveral” de Ren Jian, de 198788. Los grandes paneles de tinta sobre papel de Zhang Yu describen formas oscuras y toscas que sugieren la explosión de un meteoro o planchas apiladas de asfalto agrietado, representadas con una tensión casi fotográfica que las hace notablemente dramáticas. “Diccionario”, 1991, de Liu, una representación inmensa en tinta y acuarela de un diccionario pequeño, es menos llamativa pero más fácil de confundir, sin embargo, con una fotografía.

Hay antídotos muy atractivos a este acabado tan brillante. Duan Jianyu, una de las pocas mujeres en la muestra, aporta imágenes fragmentadas de paisajes chinos tradicionales aisladas sobre trozos de cartón.

Muchas de las obras simplemente ponen un toque chino a estrategias de creación artística, especialmente el ready-made rehecho como escultura. En este caso, significa sillones chinos con el respaldo redondo en acero inoxidable, rocas de colección moldeadas en silicona púrpura o acero inoxidable y una atractiva túnica de ceremonial en plástico claro y bordada con tanza de vinilo color verde agua.

domingo, 19 de enero de 2014


Beauty. El nombre del corto de diez minutos en el que Tagliafierro homenajea a la historia de la pintura.



Un joven diseñador italianó animó una selección de

 grandes obras maestras de la historia de la pintura. 



Quizás porque nació en Piacenza, Italia y desde chiquito mamó el arte pictórico desde el país que fue cuna del renacimiento, a Rino Stefano Tagliafierro se le ocurrió darle vida a las pinturas. Una vida digital que asombra al mundo y hace temblar a los museos.
Beauty (“belleza” en inglés) es el nombre del corto de diez minutos en el que Tagliafierro homenajea a la historia de la pintura. Este “animador experimental”, diseñador gráfico y director de 33 años egresó del prestigioso Instituto de Diseño de Milan con un fin claro: acercar a los más jóvenes a los grandes pintores y de una manera tan creativa como inusual, animando esas pinturas.
La animación consiste en una intervención sutil y delicada en la que algunos de los elementos de de las obras cobran movimiento para imprimir vida a las imágenes. Caricias, abrazos, luces sobre el agua, sonrisas insinuadas, puertas que se entreabren, los movimientos que se sugieren en las composiciones suceden en la nueva vida digital que les imprime este artista.



martes, 14 de enero de 2014

La escena convertida en obra

Colectiva. No es teatro ni ópera. Se vincula con la performance, puede verse en una vieja fábrica.

Era una fábrica de tanques de oxígeno pero ahora está llena de artistas. Se trata del viejo edificio de la calle Boulogne Sur Mer, ubicado detrás de la estación de Once. La historia es sencilla: el coleccionista Guillermo Rozenblum –quien también se dedica a los negocios inmobiliarios– había comprado el edificio hace algunos años, pensando en una inversión. Poco después se acercó a él Nicola Costantino, comentándole acerca del problema que tienen muchos artistas con el tema de los talleres: generalmente es caro, para ellos, conseguir un espacio grande para utilizar como estudio y que a la vez no esté impecable, que el lugar pueda ser utilizado como un espacio de oficio, de materiales. Atento, Rozenblum pactó entonces con Costantino un intercambio: le cedería parte del edificio de Once para que ella pudiera trabajar, a cambio de obra. Comenzó así un sistema que se mantiene hasta hoy y que fue ajustándose con el tiempo: distintos artistas arman sus talleres en la ex fábrica, pagando el alquiler con obras.
Dos veces por año el inmenso edificio abre sus puertas en un Open Studio (es decir, unEstudio Abierto, no sé por qué lo llaman en inglés), donde los artistas residentes muestran lo que están creando. A la vez, se expone una selección de obras de un grupo de artistas invitados bajo un guión curatorial realizado por un curador, también invitado. Eso esEscenográfica, la muestra que está abierta por estos días. Con curaduría de Teresa Riccardi, la exposición ocupa tres pisos del edificio, más de veinte artistas invitados y algunos seleccionados de entre los residentes.
“Hay un mundo de lo escenográfico que no es sólo esa idea casi operística –explica Riccardi–, Escenográfica no tiene la intención de ilustrar un determinado tema. Tampoco hay un intento de hacer una historización. El objetivo fue el de producir conocimiento junto con los artistas. Pero también, Escenográfica contempla la idea de escenario, de escena, de utilería, de props” (abreviatura de properties, esos objetos transportables utilizados por los actores o performers para escenificar algo: una máscara, por ejemplo, es una prop). Comprendida en este sentido, todos los objetos –es decir, muchas de las obras– que aparecen en la muestra poseerían o serían en sí mismos un rastro o una huella relacionada con su uso anterior, con la acción o performance en la que fueron utilizados. La propuesta se ve sobre todo en algunos trabajos, como El fango de las charcas, de Bárbara Kaplan, piletas de acrílico con grandes figuras de arcilla y ferrite dentro, que la artista amasó. Inmersas en agua, las formas van contrayéndose y cambiando a medida que transcurre el tiempo. Son huella y transformación a la vez, indicio de cierto tipo de performance, comprendida esta en un sentido mucho más amplio que el habitual: como una acción que da lugar a una obra; como una acción que puede –o no– tener registro; que puede ser un fin en sí misma o que quizá sólo sea una intervención sobre una materia en pos de crear algo nuevo; o podría ser una acción en la que se utilizaron props que luego son comprendidos por los espectadores como “obras”. Pero no. Probablemente, por detrás haya mucho más.
Ejercicio sobre la trasdicción, de Alejandro Somaschini, es otro de los trabajos al que es posible aproximarse desde esta visión: un conjunto de cuencos de cerámica colgando del techo en forma circular, cada uno con una pequeña intervención en oro. Inmediatamente se siente la cita al ritual, a cierto rasgo chamánico; al símbolo. “Al realizar la obra, Somaschini no estaba pensando como ceramista –explica la curadora–. Su lectura no debe ser activada sólo desde la esfera de la cerámica: éste es un llamado a ampliar los usos de los objetos.” El servicio de la oscuridad , del grupo Provisorio Permanente, Modelos ideales , de Leila Tschoop, y El gauchito Hilton trepando al panel del control psicosexual del Instituto Di Tella, de Lux Lindner y Laura Bilbao, son otras de las obras que se leen bien en esta clave. Hay muchas más que quizá no se vinculen tan directamente a la propuesta, pero que cuadran: Variaciones volumen II, los lenticulares de Mara Facchin; la simple y sorprendente Breves fragmentos del infinito, de Marcello Mortarotti; Anamorfia: Cosmos, de Augusto Zanella; y el descubrimiento de la discreta y exquisita Ubicaciones, de Ivana Bollaro, aseguran un recorte heterogéneo e interesante de la producción contemporánea más fresca. Una actualización.
Ñ

jueves, 9 de enero de 2014

Con una rifa ganó un Picasso valuado en un millón de dólares

Un joven estadounidense compró un número de una tómbola a beneficio de la localidad libanesa de Tiro. El premio: "L'homme au Gibus", un cuadro pintado por el genio español en 1914.

Un joven estadounidense ganó un Picasso valorado en un millón de dólares por una rifa que pagó 100 euros (137 dólares). El cuadro "L'homme au Gibus" (1914) se sorteó el miércoles por la noche entre casi 50 mil personas, con lo que la Asociación internacional para la salvaguarda de la localidad libanesa de Tiro logró recaudar unos cinco millones de euros. Jeffrey Gonano, el joven de 25 años, empleado en una sociedad de seguridad contra incendios de Pensilvania, Estados Unidos, contó que fue a cenar para celebrar. r
Las sumas exactas obtenidas con la tómbola todavía no se conocen, pero según Péri Cochin, promotora de la iniciativa, se han alcanzado "casi los 5 millones de euros (6,5 millones dólares) que esperábamos vender". Cochin, presentadora y productora de televisión franco-libanesa tardó dos años en hacer realidad su idea de comprar un Picasso para organizar con él una tómbola y multiplicar así su precio a beneficio de la ciudad milenaria de Tiro.Terminó de concretarlo anoche en la sede parisina de la casa de subastas Sotheby's, que acogió la operación.
Cochin precisó que adquirieron "L'homme au Gibus" en una venta en Nueva York y que aún tienen que devolver el crédito bancario que solicitaron para el Picasso, que calcula en unos 700.000 u 800.000 euros. Es una suma importante, pero "el banco hizo su trabajo" y ha permitido "recuperar una enorme cantidad de dinero para una buena causa", añadió Cochin, feliz de haber visto su sueño hecho realidad.
Quizá ahora "recomencemos con otra idea", subrayó Cochin, hija de la directora de la asociación, nacida en Tiro, que se ocupa de ella desde hace treinta años y para la que, en busca de fondos, organizaba hasta ahora galas benéficas. Llegar hasta aquí fue "muy difícil", añadió la promotora.
Olivier Picasso, nieto del artista malagueño, "nos ayudó mucho en la promoción de la operación, porque encontró que el proyecto era interesante y muy innovador, como a su abuelo le habría gustado" y los herederos de Picasso nos dieron la autorización oficial, precisó Cochin.
Fuente: Efe

domingo, 5 de enero de 2014

Cuando el genio literario emerge del sufrimiento

Por  | LA NACION

Alejandra Pizarnik y Yukio Mishima se suicidaron. Foto: María Elina


¿Dónde anida el genio literario? ¿Qué trama singular les da a algunos la posibilidad de descubrir mundos ocultos detrás del mero pragmatismo de la palabra?
A fines del siglo XIX, el controvertido médico y antropólogo italiano Cesare Lombroso, padre de la criminología, encontró una respuesta tentativa a esta pregunta. En Genio e follia (Genio y locura, Brigola, Milán, 1872 y 1882), planteó que el don artístico es una forma de desequilibrio mental. Para sustentar su hipótesis, se dedicó a coleccionar lo que llamó "arte psiquiátrico" (escritos, dibujos y pinturas realizados por pacientes encerrados en hospitales mentales) y vinculó la creatividad con la esquizofrenia, por el alto índice de pacientes que plasmaban su tormentosa existencia en una obra artística.
El insidioso vínculo que parece tenderse entre las mentes creativas y la enfermedad es un tópico que reaparece insistentemente cuando se trata de explicar esa cualidad inasible que poseen ciertas personas de ir más allá de la realidad aparente y ver fractales donde la mayoría de los demás apenas percibimos ángulos rectos. "El arte transforma en novedoso lo cotidiano, en original lo repetitivo y ordinario -dice el doctor Facundo Manes, presidente de la Fundación Ineco y director del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro-. La obra de arte permite interpretar con nuevas claves lo conocido y construir nuevos sentidos colectivos. Y es el genio artístico el que tiene la capacidad de generar aquello extraordinario que la sociedad percibe y admira como maravilloso."
Aunque las neurociencias desmienten que sea imprescindible sufrir demencia o esquizofrenia para ser un genio creativo, explica Manes, mucho de lo que se sabe sobre creatividad y cerebro se conoce por personas que desarrollaron talentos artísticos luego de expresar una disfunción cerebral. "Kandinsky descubrió su problema neurológico, denominado sinestesia, durante un concierto de Wagner, en el que percibió que veía los colores de la música -cuenta-. Diversos estudios sugieren una asociación entre la enfermedad bipolar y la creatividad. Personas con afectación progresiva del lóbulo frontal pueden desarrollar talento creativo luego del comienzo de la enfermedad, más allá de no haber tenido una historia personal de producción artística previa. Una hipótesis es que luego del daño frontal, los sistemas de inhibición se liberan. Algunos proponen que la innovación surge cuando áreas del cerebro que generalmente no están conectadas logran comunicarse y coactivarse."
Desde el célebre Bobby Fisher hasta el malogrado pianista australiano David Helfgott (el de la película Claroscuro), Beethoven o el matemático ruso Grigori Perelman (que rehusó recibir la medalla Fields y un premio de un millón de dólares para vivir recluido en un modesto departamento junto a su madre), la historia de las grandes mentes sugiere que no se alcanzan las altas cumbres del pensamiento sin una dosis de sufrimiento y desequilibrio.
La literatura es un capítulo particularmente elocuente de cómo se entretejen las penurias y la creación. En Orwell's Cough (La tos de Orwell, Oneworld Publications, 2012), el médico infectólogo e investigador de la Universidad de Harvard, John Ross, argumenta que, en individuos dotados, períodos juveniles de infelicidad podrían impulsar logros literarios de dos maneras: aumentando el riesgo de desórdenes del ánimo, que se vinculan con la creatividad, y desarrollando la fantasía y la imaginación. "El genio literario emerge más frecuentemente del fracaso y la pena que del confort y la complacencia", dice Ross.
A la manera de un doctor House histórico, en su obra el especialista pone la lupa sobre una paleta de estrellas del panteón literario occidental, y sigue las huellas que dejaron en sus escritos y en sus biografías para reconstruir las dolencias que no sólo no detuvieron su trabajo creativo, sino que parecen haber contribuido a alimentarlo. Como afirma Faulkner en una de las entrevistas de The Paris Review reunidas en El oficio de escritor (Ediciones Era, 1968):
Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y suele estar demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar la obra.

LA LETRA DE SHAKESPEARE

Aunque a veces se cree que para llegar a ser un gran escritor se necesita una sólida educación formal y que la tranquilidad económica ampara la creación artística, muchos ejemplos indican lo contrario. Este escenario parece haberse cumplido en el caso de William Shakespeare, quienquiera que haya sido, que habría escrito gran parte de su producción abrumado por la enfermedad.
El único hecho médico que se conoce acerca del bardo inglés es que su letra se hizo temblorosa hacia el final de su vida y a partir de allí Ross hilvana sus hipótesis. La letra del poeta y dramaturgo empeoró gradualmente desde los 36 años, cuando escribió Hamlet, hasta su muerte, a los 52. Aparentemente, eso podría atribuirse al envenenamiento con mercurio, un indicador de que habría sufrido sífilis, enfermedad venérea que se había transformado en una verdadera plaga a fines del siglo XVI.
Se cree que la sífilis llegó a Europa con la tripulación de Colón. Estudios recientes respaldan esta tradición, ya que no se encontraron trazas de sífilis en varios miles de esqueletos europeos del siglo XV, pero hasta el catorce por ciento de los esqueletos de sitios precolombinos de la hoy República Dominicana tenían signos de daño óseo sifilítico.
"Las referencias a la sífilis en Shakespeare son más abundantes, intrusivas y clínicamente exactas que en sus contemporáneos", dice Ross. El tratamiento de rutina consistía, precisamente, en vapores de mercurio, que provocan temblor, gingivitis y una constelación de cambios de la personalidad. Casi un siglo más tarde, Newton tuvo un prolongado episodio de paranoia, insomnio y aislamiento social entre cuyas causas se menciona también un posible envenenamiento por mercurio (originado en sus estudios de la alquimia). Análisis de sus cabellos detectaron un contenido de 197 partes por millón, comparado con valores modernos de menos de 1,4 ppm.

LA CEGUERA DE BORGES Y DE MILTON

Perder la visión es una de las circunstancias más dolorosas que pueden sobrevenirle a cualquier persona, pero para un escritor es un obstáculo monumental. Sin embargo, después de la figura fundacional de Homero, dos obras insoslayables se deben a escritores ciegos. Uno de ellos es Borges, acosado toda su vida por graves problemas de visión, que culminaron en la ceguera total cuando tenía 55 años.
"La ceguera de Borges es hereditaria por línea paterna -cuenta su mujer, María Kodama, creadora y directora de la Fundación Internacional que lleva el nombre del escritor-. Su padre murió ciego y su abuela inglesa también. Él fue extremadamente miope desde muy chico y sabía que iba a quedar ciego. Entonces ejercitó su memoria para poder recordar en el futuro lo que pensaba que algún día sería incapaz de leer."
Según recuerda Kodama, en su juventud Borges tuvo varios desprendimientos de retina y también puede haber padecido glaucoma (inapropiado drenaje del humor acuoso, lo que aumenta la presión intraocular y daña el nervio óptico). "Es una observación mía -aclara-, pero quizás sus problemas estuvieran relacionados además con la diabetes, que sufrió de joven."
Cuando lo nombraron director de la Biblioteca Nacional, Borges escribió "El poema de los dones":
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños.
Según cuenta Kodama, la ceguera de Borges no era total, sino que él estaba en una penumbra, una luz azulada. Ése fue el último color que perdió.
Para seguir escribiendo, les dictó a su madre, a amigos y hasta a periodistas que iban a entrevistarlo. Tenía una memoria prodigiosa: "Me acuerdo de una de las primeras veces que me dijo que buscara una nota en un libro -cuenta Kodama-. Lo hojeo y, de pronto, veo algo que decía 'contradicción, ver en la página tal'. Entonces me dice que mire en la portadilla. ¡Era una anotación de cuando tenía 16 años!" Y sigue: "Nunca se quejó, nunca dijo '¿por qué a mí?' . Eso demuestra una entereza de carácter. Hay una foto que tengo en la sala de conferencias en la que Borges está con los ojos cerrados muy apretados. Era la imagen de cuando comenzaba la creación, la ceguera sola no le bastaba. Para mí esa foto tiene un significado muy fuerte. Era el momento de máxima concentración".
John Milton también quedó ciego en la mitad de su vida, pero se sobrepuso y escribió nada menos que El paraíso perdido. Ross conjetura en su libro:
Al parecer, Milton exhibía dificultades interpersonales que sugieren un grado de 'autismo de alto rendimiento' o síndrome de Asperger. La gente con ese trastorno tiene problemas en aspectos de la interacción social que son intuitivos para la mayoría de las personas. Pueden tener grandes capacidades intelectuales, pero el comportamiento común les es misterioso.
Milton comenzó a perder su visión del ojo izquierdo en 1644, a los 36 años, y cinco años más tarde perdería la del ojo derecho. Lo trataron haciéndole heridas cerca de los ojos que se mantuvieron abiertas para que "escaparan los malos humores". En 1652 se volvió totalmente ciego. Aunque no se sabe con precisión, se especula que se debió a enfermedades de la córnea, cataratas (opacificación del cristalino), glaucoma o desprendimiento de la retina causado por una miopía grave.
Pero además de la ceguera, Milton desarrolló fuertes cefaleas y dolorosos trastornos digestivos. También sufrió de artritis gotosa. Ambos cuadros sugieren envenenamiento con plomo, que afecta los riñones, produce aumento de ácido úrico y daña la red nerviosa intestinal. También causa anemia.
Por sus actividades políticas, los libros de Milton fueron quemados y él, encerrado en la Torre de Londres. Abandonado por sus hijas debido a los malos tratos que les dispensaba, para completar El Paraíso perdido debía dictarle entre 10 y 30 líneas diarias a alguno de sus muchos admiradores. Murió a los 65 años, probablemente de una arritmia cardíaca.

LA DEMENCIA DE FIJMAN Y DE SWIFT


 
Jonathan Swift sufría depresión desde la adolescencia. Foto: María Elina
Desde siempre, se cree que locura y creación tienen algo en común. Uno de los casos más sobrecogedores que ilustran la connivencia de literatura y psicosis es el del poeta Jacobo Fijman. Nacido en 1898, sus crisis empezaron en 1921. Se volvió místico y se convirtió al catolicismo. En 1942 lo internaron definitivamente por psicosis delirante hasta su muerte. En su notable Fijman, un poeta entre dos vidas, (Ediciones de la Flor, 1992), Juan Jacobo Bajarlía describe el viaje del escritor al fin de la noche:
La vida de Fijman fue una dispersión [...] donde la realidad no estaba en la cosa sino en la palabra. En ella residía su magnitud y su delirio [...]. Sólo fue coherente en su poesía, allí donde las tinieblas y la realidad dejan de combatirse.
Fijman murió en lo que es hoy el Hospital Borda, el 1° de diciembre de 1970. En la morgue, escribe Bajarlía, "tenía un cartel sujeto con un piolín a uno de los dedos del pie en el que se leía: 'Jacobo Fijman, 72 años, muerto de edema pulmonar'".
Jonathan Swift, el creador de Los viajes de Gulliver, novela cuyo protagonista enloquece por contemplar tan de cerca los defectos de la naturaleza humana, sufrió de depresión desde la adolescencia y en 1689 padeció el primer ataque de una extraña enfermedad que lo perseguiría el resto de su vida. Le causaba vértigo, tinnitus (percepción de sonidos que no provienen de ninguna causa externa) y pérdida de la audición. Probablemente, sufrió la enfermedad de Menière, un trastorno progresivo que daña el oído interno, y que le causó problemas de concentración y de memoria.
Además, también padecía trastorno obsesivo compulsivo. Era higiénico hasta un grado extraordinario para el siglo XVIII, "cuando se lavaba la ropa pero raramente el cuerpo -cuenta Ross-. Era puntual y de hábitos monótonos, hacía listas y contaba sus pasos cuando caminaba. Se ejercitaba obsesivamente y caminaba entre seis y dieciséis kilómetros por día. Vivía pendiente del reloj. En sus cenas, nadie podía hablar más de un minuto por vez, incluido él".
Los viajes de Gulliver se publicó en 1726 y tuvo un éxito inmediato. Swift pasó a ser famoso pero miserable. Deseaba la muerte. Sus biógrafos mencionan que padecía alucinaciones. Horrorizado por la senilidad, en una carta de 1735 a su amigo Alexander Pope le confiesa que su "memoria lo está abandonando rápidamente". Un año más tarde todas sus facultades habían decaído y sus pasiones estaban fueran de control, lo que lo convertía en "un tormento para sí mismo y para todos los que lo rodeaban".
Se hizo más grosero y maltrataba a las mujeres, signos característicos de demencia frontal o enfermedad de Pick. Pero a pesar de sus penurias físicas y mentales, su pico creativo fue tardío: gran parte de su obra se conoció después de que cumplió 50 años, incluyendo sus poemas escatológicos, lo que permite preguntarse si su originalidad fue un subproducto de la demencia.

LA TOS DE LAS HERMANAS BRONTË

Si hay una patología asociada con la literatura es la tuberculosis. "El mito de la tuberculosis ofrecía algo más que una explicación de la creatividad -escribe Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas (Random House Mondadori, 2012)-. Daba un modelo importante de la vida bohemia, vivida con o sin la vocación artística."
Un artículo de la edición de marzo de 1964 de la revista para médicos MD, dedicado a Alejandro Dumas padre, confirma que la tisis era la enfermedad de moda. Tanto que éste, afirma el autor de la nota,
se vio obligado a contagiar a una de sus heroínas con el bacilo de Koch . Cuando la novela Amaury se publicaba por entregas, Dumas tuvo noticias de que la hija de un noble y el yerno de éste, ambos tuberculosos, esperaban ansiosos la publicación de los diferentes capítulos como si quisieran averiguar cuál sería su propio destino. Interrumpió la publicación de la obra y le envió a la romántica pareja un desenlace falso, pero feliz; sólo después de muertos los dos permitió que siguiera la serie.
También se cuenta que, cuando ambos la padecían, Keats consolaba a Shelley diciéndole que era "una enfermedad particularmente amiga de la gente que escribe versos". La sufrieron Bécquer, Kafka y Chejov, entre muchos otros. Pero las hermanas Brontë representan, sin duda, un caso especial. Charlotte, que escribió Jane Eyre; su hemana menor, Emily, autora de Cumbres borrascosas; así como sus dos hermanas mayores, María y Elizabeth, contrajeron la tuberculosis al igual que otras 36 alumnas de una clase de 53 chicas que estudiaban en la Clergy Daughter's School, donde dormían hacinadas y se levantaban a las cinco de la madrugada para tomar un desayuno lamentable y lavarse con agua congelada. María y Elizabeth murieron a los once y diez años, respectivamente. Charlotte y Emily seguirían ese camino varios años después.
Emily Brontë era una personalidad extraña. Sus biógrafos dicen que nunca mostró interés por un humano; todo su amor estuvo reservado a los animales y hay quienes atribuyen sus peculiaridades al síndrome de Asperger (son adictos al trabajo, tienen excelente memoria y retención de los detalles, frecuentemente poseen grandes habilidades verbales y pueden encontrar un aspecto terapéutico en la creación artística). Hacia fines de 1848, y después de meses de toses, debilidad y falta de aire, fue languideciendo cada vez más y murió en diciembre de 1848.
Charlotte, sumida en la depresión, se refugió en la escritura. Casada a los 38 años, a los seis meses se embarazó, desarrolló hiperemesis gravídica (náuseas y vómitos continuos, un trastorno que afecta al uno por ciento de las embarazadas) y fiebre, un cóctel que inclinó la balanza a favor de la malnutrición, la tuberculosis y, finalmente, la muerte.

LA BIPOLARIDAD DE HERMAN MELVILLE

Uno de los ocho hijos de un importador de bienes de lujo franceses, Herman Melville, parece haber heredado la vulnerabilidad al desorden bipolar de su padre que, tras huir de Manhattan por un quebranto comercial, cayó en el delirio. Según afirma Ross, su desorden habría impulsado la carrera literaria del creador de Moby Dick, pero también aceleró su caída.
A los doce años, Herman debió emplearse en un banco para sostener a su familia. Sin educación formal, pero voraz lector, se embarcó por primera vez cuando tenía 19 años, en enero de 1841. Después de viajar a ese Edén de los marinos que era la Polinesia, se transformó en escritor. Produjo toda su obra acosado por la bipolaridad, la depresión, el trastorno obsesivo compulsivo y los problemas con el alcohol. Existen indicios de que habría maltratado a su mujer y a sus hijos. En sus escritos abundan las referencias a la locura y a la depresión.
Pero dado que también sufrió ataques de dolor ocular y fotofobia, reumatismo y otros males, en su libro Ross sugiere que habría padecido una enfermedad autoimmune, espondilitis anquilosante, que conduce a la inflamación y endurecimiento de articulaciones vertebrales, sacroilíacas y de los ojos. Además, tuvo artritis en ambas manos, gota, y erisipela, una infección de la piel causada por estreptococos, que sin embargo no le impidió escribir la nouvelle Billy Budd. Murió a los 72, en 1891, aparentemente por fallas de una válvula cardíaca.

CERVANTES Y JACK LONDON

Para comprender cómo las incomodidades y la enfermedad pueden alumbrar obras maestras basta con pensar en el Quijote. Es sabido que Cervantes lo escribió en sus últimos años y en medio de todo tipo de sufrimientos. Aquejado de una sed constante, probablemente a causa de una diabetes avanzada, en esos días su organismo ya se encontraba en un estado calamitoso. Según se lee en el prólogo de las Novelas ejemplares, el escritor confiesa:
Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y nariz corva, [...] los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis y ésos mal acondicionados y peor puestos [...] es el rostro del autor de la Galatea y de Don Quijote [...]. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo; herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa.
Un caso no tan conocido es el de Jack London. A los 21, cuando se convirtió en escritor, ya había sido marinero, cazador de focas, boxeador y buscador de oro, entre otras actividades. La llamada de la selva lo catapultó a la fama y la riqueza. Fue el primer escritor en ganar un millón de dólares (aunque su madre lo había sacado de la escuela a los trece años para mandarlo a trabajar 14 horas por día a 10 centavos la hora.).
Durante sus viajes sufrió escorbuto y gonorrea. En las islas Solomon, una enfermedad provocada por la misma bacteria que la sífilis, pero transmitida por la picadura de insectos le causó sufrimientos horrorosos. También tuvo impresionantes inflamaciones en sus manos y uñas, tal vez a causa del envenenamiento por mercurio.
Luego, cuando viajó a México para informar sobre la revolución mexicana, cayó enfermo de disentería. Quiso combatirla con estricnina, belladona, heroína, opio y morfina. Pero a pesar de todo, produjo 49 libros en 19 años. Escribía 15 horas por día y raramente dormía más de cinco horas por noche. A los 40, tenía cálculos renales y la dentadura arruinada. El 22 de noviembre de 1916 su valet lo encontró azul. En el suelo, había una jeringa y dos viales de morfina.

LOS OJOS DE JOYCE

James fue uno de los diez hijos de Stanislaus Joyce. Iba a ser médico pero un desastre comercial de su padre le impidió graduarse. Sus trastornos de salud empezarían con los problemas venéreos, pero no terminarían allí.
Aunque fue un escritor disciplinado, que subordinaba todo a su trabajo (completó Dublinenses en 1907 y Retrato de un artista adolescente en 1914), al finalizar su primera obra tuvo un ataque de poliartritis e iritis, o inflamación del iris. Se sospecha que en realidad la enfermedad de Joyce fue una artritis reactiva, enfermedad autoinmune desencadenada por una infección genital o por diarrea ocasionada por ciertas bacterias. Terminaría perdiendo casi totalmente la visión debido a la inflamación, las operaciones y las complicaciones.
En 1917, mientras escribía Ulises, tuvo varios ataques de glaucoma y uno particularmente grave que obligó a su oftalmólogo a removerle parte del iris para aliviar la presión. En 1920, ya instalado en París, pasó cinco semanas en un cuarto oscuro y recibiendo gotas de cocaína como anestésico, lo que puede haber empeorado el cuadro y agravado su glaucoma. Entre septiembre de 1922 y junio de 1926 tuvo nueve operaciones oculares. Al cabo de las cirugías, casi no veía con el ojo izquierdo.
Durante la última década de su vida, la esquizofrenia de su hija, Lucía, lo precipitó en la depresión mientras padecía dolorosas úlceras pépticas y una peritonitis que resultó fatal.

LOS PULMONES DE ORWELL


 
George Orwell tuvo tos crónica desde chico. Foto: María Elina
Nacido como Eric Blair en la India, en 1903, George Orwell tuvo tos crónica desde chico y contrajo el dengue en Birmania. Sufrió la pobreza y trabajó como lavaplatos en París. Tenía episodios de tos todos los inviernos, sin embargo, los tests para detectar tuberculosis siempre arrojaban resultados negativos.
Mientras participaba en la guerra civil española, una bala de Mauser le atravesó el cuello. pero no lo mató. Luego de recuperarse, escribió Homenaje a Cataluña en cuatro meses, no obstante, en marzo de 1938 empezó a toser grandes cantidades de sangre. Estaba muy delgado y con sus pulmones en un estado lamentable. Lo internaron y lo sometieron a una batería de tests. Los análisis volvieron a arrojar resultados negativos. El diagnóstico fue bronquiectasia crónica del pulmón izquierdo, una complicación de neumonía o bronquitis mal curadas en la niñez, en una época en que no existían los antibióticos.
En un período de buena salud escribió Rebelión en la granja. Este libro y el posterior, 1984, le trajeron la fama, pero ya no podría disfrutarla. Después de la muerte de su mujer en una cirugía por tumores uterinos, y de quedar a cargo de un hijo recientemente adoptado, pasó los últimos 18 meses de su vida en la isla escocesa de Jura, sin electricidad ni agua caliente. Murió de tuberculosis en 1950, poco después de que 1984 se transformó en un éxito editorial.

LA EPILEPSIA DE DOSTOIEVSKI

Hubo muchos escritores que padecieron epilepsia -como Flaubert, Poe, Dickens y Agatha Christie- pero sin duda Dostoievski es el más famoso de todos. Hijo de un cirujano militar retirado, desde 1860 registró meticulosamente sus ataques en una libreta. Documentó 102 convulsiones "de todos tipos" en 20 años, con largas épocas en las que sufría un episodio cada tres semanas.
Son numerosos los estudios neurológicos que intentan develar de qué tipo era la epilepsia que aquejaba al escritor. En uno de ellos, publicado en la revista Seizure, se destaca que la enfermedad influyó en su escritura y su estilo. Christian Baumann, Vladimir Novikov, Marianne Regard y Adrian Siege explican:
Su lenguaje es nervioso, tenso e impulsivo. Sus frases son frecuentemente largas y complicadas, contienen una colorida aglomeración de palabras y expresiones, términos oficiales, periodísticos y científicos, palabras extranjeras, nombres y citas. [.] Muchos eventos de las novelas de Dostoievski comienzan súbitamente, sin preparación o explicación -como las convulsiones-. [.] Escribía de manera minuciosa, usando cada espacio vacío de la página. Mostró una tendencia hacia la escritura compulsiva y sus escritos a menudo estaban vinculados con problemas morales, éticos o religiosos, lo que podría reflejar cambios de comportamiento dscriptos en la epilepsia temporal.
No es difícil entender por qué el vínculo entre enfermedad y creación apasiona a los científicos. "Observar la incidencia de enfermedades en los procesos creativos nos permite modificar nuestros pareceres sobre las enfermedades, pero también sobre los procesos creativos -afirma Manes-. El interés en una tarea artística lleva a un alto estado de motivación que produce una atención sostenida, necesaria para mejorar el rendimiento en otros dominios cognitivos. La creatividad puede ser entrenada, pero también hay una carga genética que la predispone. En el estudio de la producción artística de personas con enfermedades mentales hay mucho para aprender sobre el cerebro, sobre las enfermedades en sí mismas y, por qué no, sobre la historia del arte y la cultura. Pero también, y de manera más inquietante, está la posibilidad de interpelarnos sobre la idea de lo normal, de lo establecido, de los prejuicios negativos que muchas veces surgen sobre aquello que se manifiesta como diferente en la sociedad. De esa diferencia, muchas veces, ha surgido la maravilla."

 
Julio Cortázar vivió una niñez enfermiza. Foto: María Elina
Las fórmulas creativas están siempre veladas por el misterio. El mausoleo de la posteridad lima muchas de las posibles interpretaciones, como en el caso del novelista y dramaturgo japonés Yukio Mishima, nacido en una familia de fortuna y con aspiraciones aristocráticas, que sufrió tuberculosis en su juventud para luego sumirse en un extraño culto del cuerpo, y delirios que lo llevaron a formar una milicia privada y a ejecutar un tenebroso suicidio ritual. O, entre los más cercanos, Alejandra Pizarnik, poeta de culto entre las nuevas generaciones de escritores, cuya turbulenta y desesperada voz poética la llevó a borrar los límites entre la literatura y la realidad, y terminar sucidándose a los 36 años con 50 pastillas de un barbitúrico, durante una salida de fin de semana del hospital psiquiátrico en el que estaba internada. O el de Julio Cortázar, al que un padre ausente y una niñez enfermiza convirtieron en lector y escritor precoz y, ya en París, a ser una estrella fulgurante del boom latinoamericano de los años sesenta.
Por supuesto, este breve catálogo no pretende agotar los innumerables recorridos que sigue la literatura. Como en todos los órdenes de la vida, hay escritores ricos y pobres, estudiosos e intuitivos, enfermizos y longevos. Faulkner lo explica sin vueltas:
El artista es responsable sólo ante su obra. [...] Tiene un sueño, y ese sueño lo angustia tanto que debe liberarse de él. Hasta entonces no tiene paz. Lo echa todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir el libro.
Y más adelante agrega: "Nada puede destruir al buen escritor. Lo único que puede alterar al buen escritor es la muerte".