martes, 14 de enero de 2014

La escena convertida en obra

Colectiva. No es teatro ni ópera. Se vincula con la performance, puede verse en una vieja fábrica.

Era una fábrica de tanques de oxígeno pero ahora está llena de artistas. Se trata del viejo edificio de la calle Boulogne Sur Mer, ubicado detrás de la estación de Once. La historia es sencilla: el coleccionista Guillermo Rozenblum –quien también se dedica a los negocios inmobiliarios– había comprado el edificio hace algunos años, pensando en una inversión. Poco después se acercó a él Nicola Costantino, comentándole acerca del problema que tienen muchos artistas con el tema de los talleres: generalmente es caro, para ellos, conseguir un espacio grande para utilizar como estudio y que a la vez no esté impecable, que el lugar pueda ser utilizado como un espacio de oficio, de materiales. Atento, Rozenblum pactó entonces con Costantino un intercambio: le cedería parte del edificio de Once para que ella pudiera trabajar, a cambio de obra. Comenzó así un sistema que se mantiene hasta hoy y que fue ajustándose con el tiempo: distintos artistas arman sus talleres en la ex fábrica, pagando el alquiler con obras.
Dos veces por año el inmenso edificio abre sus puertas en un Open Studio (es decir, unEstudio Abierto, no sé por qué lo llaman en inglés), donde los artistas residentes muestran lo que están creando. A la vez, se expone una selección de obras de un grupo de artistas invitados bajo un guión curatorial realizado por un curador, también invitado. Eso esEscenográfica, la muestra que está abierta por estos días. Con curaduría de Teresa Riccardi, la exposición ocupa tres pisos del edificio, más de veinte artistas invitados y algunos seleccionados de entre los residentes.
“Hay un mundo de lo escenográfico que no es sólo esa idea casi operística –explica Riccardi–, Escenográfica no tiene la intención de ilustrar un determinado tema. Tampoco hay un intento de hacer una historización. El objetivo fue el de producir conocimiento junto con los artistas. Pero también, Escenográfica contempla la idea de escenario, de escena, de utilería, de props” (abreviatura de properties, esos objetos transportables utilizados por los actores o performers para escenificar algo: una máscara, por ejemplo, es una prop). Comprendida en este sentido, todos los objetos –es decir, muchas de las obras– que aparecen en la muestra poseerían o serían en sí mismos un rastro o una huella relacionada con su uso anterior, con la acción o performance en la que fueron utilizados. La propuesta se ve sobre todo en algunos trabajos, como El fango de las charcas, de Bárbara Kaplan, piletas de acrílico con grandes figuras de arcilla y ferrite dentro, que la artista amasó. Inmersas en agua, las formas van contrayéndose y cambiando a medida que transcurre el tiempo. Son huella y transformación a la vez, indicio de cierto tipo de performance, comprendida esta en un sentido mucho más amplio que el habitual: como una acción que da lugar a una obra; como una acción que puede –o no– tener registro; que puede ser un fin en sí misma o que quizá sólo sea una intervención sobre una materia en pos de crear algo nuevo; o podría ser una acción en la que se utilizaron props que luego son comprendidos por los espectadores como “obras”. Pero no. Probablemente, por detrás haya mucho más.
Ejercicio sobre la trasdicción, de Alejandro Somaschini, es otro de los trabajos al que es posible aproximarse desde esta visión: un conjunto de cuencos de cerámica colgando del techo en forma circular, cada uno con una pequeña intervención en oro. Inmediatamente se siente la cita al ritual, a cierto rasgo chamánico; al símbolo. “Al realizar la obra, Somaschini no estaba pensando como ceramista –explica la curadora–. Su lectura no debe ser activada sólo desde la esfera de la cerámica: éste es un llamado a ampliar los usos de los objetos.” El servicio de la oscuridad , del grupo Provisorio Permanente, Modelos ideales , de Leila Tschoop, y El gauchito Hilton trepando al panel del control psicosexual del Instituto Di Tella, de Lux Lindner y Laura Bilbao, son otras de las obras que se leen bien en esta clave. Hay muchas más que quizá no se vinculen tan directamente a la propuesta, pero que cuadran: Variaciones volumen II, los lenticulares de Mara Facchin; la simple y sorprendente Breves fragmentos del infinito, de Marcello Mortarotti; Anamorfia: Cosmos, de Augusto Zanella; y el descubrimiento de la discreta y exquisita Ubicaciones, de Ivana Bollaro, aseguran un recorte heterogéneo e interesante de la producción contemporánea más fresca. Una actualización.
Ñ

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