Al día siguiente...
La camarera a la hora indicada, tocó suave a su puerta. Repitió la llamada varias veces más, hasta que optó por entrar. Utilizando la llave maestra, atravesó la penumbra hasta dar con una mesa semi desocupada donde depositó la bandeja del desayuno. Tornó a llamarla por su nombre y terminó encontrándola en medio de un maremágnum de colchones, almohadas, sábanas, frazadas y acolchados - debido al aire acondicionado - de su cama King Size. La Sra. D se encontraba en un estado semi comatoso luego de haber ingerido por gusto nomás, su novena pastilla de mentos remojados en Coca – Cola durante la noche. Su abdomen parecía a punto de explotar, y apenas pudo entender lo que la solícita señorita le decía. Al notar que se retiró de la habitación, intentó salir y arrastrarse en medio del bosque de telas, plumas y goma espuma que la rodeaba, hasta dar con tierra firme. Bah, dar con tierra firme es un decir, en realidad se cayó de cabeza al piso. Claro que bastaba el aroma a comida para devolverle las ansias de seguir con vida. Prestamente se dirigió a olisquear la bandeja con el desayuno. Se topó con alimentos y bebidas de sabor, coloración y textura extremadamente sospechosas, diferentes a todo lo conocido. Pese a sentirse como un globo aerostático, lo atacó de una y de frente. En silencio bebió la bebida verde flúo e ingirió con cierto esfuerzo algo similar a un plato de tallarines con bichos que los recorrían curiosos, por arriba y por abajo. Valiente como ninguna, no dejó ni uno a salvo. Ahora sí, cuando lograse despegar de sus manos y lengua lo pegajoso, se encontraría en condiciones de disfrutar como ninguno ese día. Los pasajeros del Hotel, vieron pasar lo que supusieron una cometa, pero era la mismísima Señora D saludando a todos desde arriba muy sonriente.
El ómnibus que la llevaría a destino, pasó a las 11 hs. tal como le habían dicho. Claro que siempre fiel a su estilo, tomó el ómnibus de las 10.45 hs. que iba en sentido contrario a otro Shopping de la competencia (para el caso, da lo mismo). El chofer luego de llevarla, declaró a la prensa local que iba a renunciar en ese mismo instante. Ignoramos lo sucedido. En cuanto llegó, semejó un tornado atravesando el mall de punta a punta, a pesar de que tenía 8 niveles verticales, y su largo era de aproximadamente unas diez manzanas. Rápidamente buscó un cartel que indicara: “Mercado Negro” ya que debía cambiar unos billetitos. Pero no lo encontró por ningún lado, preguntó a varias personas por el negocio pero la miraron medio raro, ¿seguiría existiendo? Como se hacía tarde para todo lo que tenía que hacer, entró a la máxima cantidad de locales posibles. Casi no se la veía de tanta rapidez; se probó, llamó, olió, vendió, rifó, se volvió a probar, gritó, gustó, cambió, discutió vehementemente y mordisqueó, para finalmente lograr comprar una infinidad de cosas que no necesitaba, Le atraía el brillo, todo aquello que brillase lo adquiría, si sus reservas se lo permitían claro está. Siempre decía a quien no tuviese nada que hacer y quisiera escucharla, que de haber sido indígena en América, se la vendía íntegra a cualquiera de las carabelas, con tal de tener unas cuantas piedritas de vidrio de colores. Alcanzó a vislumbrar algo interesante en la otra punta y en su recorrido le dio todo lo que tenía en monedas (aproximadamente dos kilos y medio) a un chiquito, junto a varios autitos de juguete que pudo agarrar por ahí de un manotazo en el mostrador de un negocio. Tanto hizo y deshizo que una vez que se retiraba de cada local, los empleados se desinflaban y caían uno tras otro en estado catatónico. Repleta de paquetes, bolsas, carteras, un sombrero, abrigo (por el aire acondicionado) y paraguas (por si llovía, obviamente), ), ya sus fuerzas amenazaban con abandonarla, cuando divisó a lo lejos un señor que se encontraba cómodamente sentado al parecer, manejando un carrito eléctrico.
-¡Esto quiero yo, usted sí que es flor de vivo! gritó a voz en cuello y saltó prácticamente encima del hombre atosigándolo a preguntas, que cómo lo había conseguido, que por donde quedaba el stand, que a cuanto se lo alquilaban, que si era por hora, día, minutos o mes, y así siguió por un rato hasta que el otro le tapó la boca.
- Señora - dijo - está usted sentada upa mío, ¿no le parece demasiada confianza?, ni nos conocemos. Además, sepa usted que es una silla para personas como yo, que tienen problemas para caminar, no algo que se puede alquilar en el Shopping, por favor le pido se levante de encima – La Señora D, roja como un tomate se levantó, arreglándole antes el nudo de su corbata y musitando no se sabe qué cosas de disculpas, se retiró. Encontró luego de una concienzuda búsqueda, un carrito especial sólo para cargar sus cosillas ahora sí, por el cual debió oblar cuatro dólares. En cuanto se sentó para hojear sus facturas, se encontró con 24 tarjetas de crédito y 47 de débito que no eran suyas mas ocho pasaportes; entre ellos uno de un Cónsul honorario de Costa de Marfil con una cara muy seria. Feliz de la vida silbó bajito agradeciendo tanta suerte. Sus propias tarjetas de crédito y documentos no aparecieron, pero ¡qué importancia tenía ese detalle, si tenía tantas! Habían pasado dos horas y media desde que tomó el bus y sus ganas de hacer pipí se hicieron sentir...Antes de ir al servicio pasó por un stand de bebidas rápidas y se mandó al buche dos cervecitas de litro y medio ya que después de todo, sentía calor.
(Continuará)
Delia
EL ARTE ME SALVÓ LITERALMENTE. SIN ÉL, LO MÁS PROBABLE ES QUE NO HUBIESE PODIDO SOBREVIVIR. VIVIR PARA EL ARTE POR LO TANTO, ME RESULTA FUNDAMENTAL, CASI TANTO COMO RESPIRAR. Y EN LA VIDA TODO ES ARTE, CADA COSA Y DETALLE, PRECISA LA MIRADA DE UN ARTISTA CONSCIENTE. LA NATURALEZA TODA, ES LA MÁS SUBLIME OBRA MAESTRA Y NOS ENCONTRAMOS INMERSOS EN ELLA... MUCHAS GRACIAS POR VISITARME. VALORO TU COMENTARIO Y EL QUE ME ACOMPAÑES EN ESTA MARAVILLOSA AVENTURA DE LA VIDA.
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