La Señora D es una simple ama de casa con una pequeña familia que se desespera, ríe o llora por las ocurrencias de ella, de acuerdo a cómo, cuándo, a quién y dónde sean hechas. La señora de marras se encuentra muy tranquila: el doctor que fue a consultar ayer, por un tema de salud con honda raíz emocional, le recomendó las flores del Dr. Bach. Así que, muy tranquila, se dirige a la sala, agarra con ambas manos el pesado florero de cristal y toma el agua que contiene en medio de unas rosas algo marchitas, mientras piensa muy satisfecha:
- ¿Acaso hay mejor esencia que ésta?
Hoy, su cabello tiene una coloración francamente rojiza, producto de unos tintes que se aplicó con diligencia y cuidado bien tempranito. Se mira en el espejo y siente una gran satisfacción por el cambio. En la cocina se sirve un jugo de limón natural sin duda, ya que se cuidó de apretar bien fuerte el árbol de su jardín para sacarle todo el juguito.
Al ir a sentarse, justo, tocan el timbre; se pregunta quién será, mientras alisa con la mano un mechón rebelde de pelo violeta que amenaza con salirse a cada rato del pañuelo. Se acerca a la puerta, mira por el visor y resulta que no hay nadie, aunque parezca ser un hombre. Ve un señor con bigotes y uniforme de cartero, pero como no contesta a través del portero eléctrico, llega a la conclusión de que no existe. Rápidamente, vuelve a la cocina para seguir degustando su revuelto de huevos; si, los mismos que se resistieron tanto a ser revueltos. Tocan el timbre, y ríe suave para sí misma, mientras piensa:
- ¡Qué insistentes son hoy en día los seres que no existen!
Cuando finaliza, toma el plumero- realizado con las pocas plumas que consiguió sacarle a un vanidoso y fuerte Pavo Real- y lo pasa a los muebles del comedor, muy especialmente a un magnífico centro de cristal lleno de frutas coloridas que adorna la mesa. Nuevamente, tocan el timbre.
-Pero… ¿Será posible? ¿No saben que estoy ocupadísima acaso? – se pregunta, mientras mordisquea una uva y se quita un pedacito de vidrio que quedó entre los dientes.
Sigue sonando el timbre, de manera que corre a atender el portero eléctrico, ya indignada.
- Pero… ¡Qué cargoso es este hombre! – Piensa, al verlo, aún parado frente a la puerta.
Decide, entonces, ir hasta la puerta para saber quién es y qué desea. Pregunta y no escucha nada. Un tanto furiosa, se quita los tapones con silicona de los oídos y, al fin, oye que el individuo le habla en otro idioma mientras hace equilibrio para que no se le caigan un montón de cartas que tiene en la mano.
De pronto, observa que aparece junto a él una mujer joven, y el cartero suelta las cartas que recoge, prestamente, la Sra. D Se fija en cómo el hombre se da vuelta para estamparle un beso a la recién llegada.
– ¡Es increíble la falta de profesionalismo de esta gente! Dice, para sí, la señora, mientras se fija en los sobres. Encuentra uno dirigido a ella, resuelta lo abre y se entera de que ha muerto
-Caramba… ¡Con razón no tenía tanto apetito! Piensa y apaga el televisor con el cartero y su novia adentro.
Mientras tanto, la olla con el guiso hierve a todo lo que da, hace ruido, borbotea y deja escapar la gallina que no quería entrar. Presurosa, la señora D la agarra en un rincón, mientras le recrimina todo el trabajo que le dio esa mañana para sacarle los huevos de a uno. Se le ocurre que es notorio las pocas ganas de trabajar que tienen en estos días. Suena el teléfono y la gallina aprovecha para irse de día de campo. La señora D se viste, apresuradamente, no vaya a ser cosa de que comience a llegar gente para el velorio y la encuentre toda desarreglada. Está contenta de lucir su cabello verde agua y busca, rápidamente, alguna ropa que combine con ese tono.
Sigue sonando el teléfono, luego el timbre de la puerta, y a todo esto se le agrega la sirena de un carro de bomberos.
-¡No, no, si este día es muy especial, es uno de esos días en que todo sale maravillosamente!
De pronto, mira -entre asombrada y divertida- que un bombero con un hacha, rompe la puerta principal de la sala. Lo saluda ceremoniosamente, no vaya a ser que el buen hombre piense que ella es una mal educada, mientras siente cómo la agarra entre sus brazos para tirarse, juntos, desde el octavo piso sobre una manta que sostienen una veintena de sus compañeros.
-¡Me encanta pasear! Le comenta al señor.
Observa, luego, cómo la mitad de la casa está en llamas. Se le ocurre, entonces, que debería avisar a su familia para que compre comida preparada, ya que se debe haber quemado- un poco- la que cocinó.
La gente muy amable, la hace sentar, la apantalla y le pregunta cómo está. Llega una ambulancia; de inmediato, le colocan una máscara de oxígeno, pero sin el tubo. Entonces, sobreviene el final, mientras se va ahogando. Entre jadeos, lucha con una enfermera para sacarse la máscara. La mujer tiene más fuerza y vence, finalmente. Muere entonces, dos veces, no olvidemos que ya estaba finada la pobre…
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