MADRID.- Sobre su portero eléctrico alguien dejó un anuncio escrito con birome y picardía: Aquí ya no vive Sabina. Pero, en rigor, nada alrededor de esa frase permite pensar que pueda caber un átomo de verosimilitud en la denuncia: el teatro a 20 metros de la puerta, el constante paso de madrileñas vistosamente cargadas de libido y el ramillete de bares vecinos que en pocos años llevarán su nombre (o el de sus canciones) son verdades demasiado intensas como para que Joaquín Sabina haya decidido dejar ese lugar.
De todos modos, la débil maniobra anónima quedará desbaratada de inmediato por el fascinante hombre de la voz carrasposa. En un abrir sin cerrar de puertas a su casa de La Latina y a su personalidad con eterna patente bon vivant, el cantautor español más popular en la Argentina recibe a LNR con sus mejores credenciales: un uniforme de bohemio que nunca deja -aunque esta vez sin su bowler hat, esa marcada huella de sus jóvenes años en Londres- y esa curiosa dificultad para asumir su bien ganada condición de poeta y artista fundamental de la canción hispanoamericana en las últimas dos décadas. "Yo no entiendo, no logro comprender por qué la gente compra las entradas con tanta anticipación para verme sobre un escenario. No consigo superar esa sensación, y de hecho la siento antes de cada concierto en forma de nervios. Muchas veces, y cada vez más, me dan temblores y hasta náuseas en los momentos previos a salir a escena", confiesa Sabina, que deberá prepararse para enfrentar las contraindicaciones de su propio éxito en su visita a la Argentina a fines de este mes y comienzos de abril. En nuestro país agotó localidades. Su intenso tour pasará por Buenos Aires, Bahía Blanca, Posadas, Mar del Plata, Rosario y Córdoba. Además incluirá presentaciones en Montevideo y Asunción.
Mirá todos los videos en HD de la entrevista a Sabina en el blog " Vivir en Madrid", de Adrián Sack En esta oportunidad, el creador de Vinagre y rosas, disco editado hace dos años que es, además, su producción más reciente, llegará a bordo de una gira que lleva un nombre sugestivo: El penúltimo tren. Pero se trata de una sugerencia que bien podría haber sido escrita junto a la frase del portero eléctrico, aunque con lápiz negro. "La gira podría haberse llamado Penúltimos trenes, porque uno nunca sabe, en realidad, cuándo va a pasar el último. El título no tiene nada de pesimista, sino sólo de humor autocompasivo", explica Sabina este nuevo guiño a sus fans.
"Mi vida hoy es más serena, más tranquila. Empiezo a disfrutar de otros placeres cotidianos que estaban totalmente fuera de mi horizonte vital..., y como me siento feliz solamente por estar vivo, porque la gente me deja ejercer piadosamente mi oficio, no tengo derecho a quejarme absolutamente de nada", reconoce.
-¿Sentís que hoy podés mirar con mucha pena lo que otros tiempos miraste con ilusión, como dice la letra del tango Acquaforte?
-Eso es puro tango, y el tango es eso, es cantarle a un pasado que fue siempre mejor, porque fue el de la juventud. Soy tanguero y comparto ese tipo de sentimiento, aunque no soy nostálgico porque tengo memoria..., pero no nostalgia. Me gusta vivir la vida día a día, porque tengo muchos lugares que ver, muchas canciones que escribir y muchos libros que leer, por lo que no tengo tiempo para enfangarme con el pasado. Dicho esto, no deja de gustarme esa estética tanguera de la nostalgia.
-¿Y la melancolía que solés hacer tan tuya?
-Es diferente a la nostalgia, porque la melancolía es un terreno agridulce en el que las canciones crecen mucho mejor. Nada que ver con la tristeza irreparable ni, menos aún, con la alegría, que directamente no da una canción, jamás.
-¿Ves al mundo que te rodea más decadente que hace diez años, o que veinte?
-Lo que veo es que se repiten viejos errores. Por primera vez en la historia de Europa, los hijos creen que van a vivir peor de lo que lo hicieron sus padres. No ven una salida, ni esa sensación generacional de que mejorarán lo que consiguieron quienes los precedieron. La juventud tiene muy pocas salidas, no sólo por la crisis, sino por falta de alternativas. Y esto por no hablar de los países árabes, donde la juventud llena las calles para rebelarse contra los tiranos...
-Y en la Argentina, desde tu punto de vista, ¿se vive a contramano?
-Por suerte ustedes, los argentinos, se han librado de esta fenomenal crisis que tuvieron..., no sé cómo, pero lo hicieron.
-¿Nos libramos de la crisis los argentinos?
-Bueno, es que habéis tenido tantas... [risas].
-¿Creés que la visión de un mundo decadente está teñida por la propia decadencia personal?
-No. Soy analfabeto en Internet, y no por eso dejo de pensar que es una revolución comparable la invención de la imprenta. Por otra parte, veo a mi decadencia como la normal en un tipo que acaba de cumplir 62 años, y que ya no puede vivir la vida de excesos, nocturna y fantástica que viví a los 30...
Al pronunciar ese número mágico y pletórico de juventud, Sabina parece perderse en sus propias palabras, hasta convertirse en el nostálgico que había negado ser apenas instantes atrás en la charla. Pero su extravío tendrá corta vida. "Acepto la decadencia y estoy contentísimo de despertar cada día y estar vivo. Porque, en verdad, nunca pensé que llegaría a los 40", agrega, enseguida, quien vuelve a ser Sabina.
-Fuiste crítico de la prosperidad alcanzada por España en el primer lustro de la década que pasó. ¿Cómo ves, ahora, esta crisis?
-Lo que sucede es que esta crisis vino de aquella prosperidad falsa y barata, ya que la gente gastaba muy por encima de sus posibilidades, al estilo del deme dos de los argentinos que iban a Miami en el pasado. Va a ser muy difícil salir de esta situación, y yo todavía no entiendo cómo la gente no sale a las calles a protestar cuando aquí hay casi 5 millones de desocupados y 2 millones de hogares donde no ingresa ni un duro.
-¿Encontrás algo rescatable en esta situación?
-Bueno, para las canciones, las crisis personales y las históricas son buenas... De hecho, muchas de mis giras más exitosas han coincidido con épocas de crisis. Para la gente, en general, también tienen su lado bueno, porque te hacen parecer que las cosas no son tan fáciles de conseguir como realmente lo son o pueden ser.
-Dicen que los años nos empujan inexorablemente hacia la derecha. ¿Te considerás un buen resistidor a este supuesto?
-Cada vez me siento más lleno de santa indignación. Cada día gruño más y me parecen más insoportables las diferencias entre ricos y pobres, y que pasen los años y los siglos y este problema no se acerque ni un poquito a una solución. Pero ya no pienso en una izquierda parlamentaria, con votos y demás cosas del sistema, sino que estoy enfadado más seria y anárquicamente.
-¿Sobre cuáles temas no escribirías canciones?
-No sé sobre qué escribiría y sobre qué no. Uno escribe sobre los fantasmas de siempre..., aunque soy un escritor costumbrista, ya que me gustan las calles, las esquinas, los bares. Todo eso me inspira, junto con el desamor. Pero el amor doméstico, que es el que disfruto ahora, inspira realmente poco.
-¿El tango te llega más, ahora?
-Siempre lo ha hecho. Mi fascinación con Buenos Aires, incluso antes de ir allí por primera vez, tenía que ver con ese sentimiento húmedo de la esquina y del farolito de la calle en que nací. Por otra parte, en el tango, muy al contrario de lo que sucede ahora con la música popular, escribían los mejores poetas de la época, y los músicos eran grandiosos. Era una música popular y a la vez culta, además de ser la primera música urbana de ese origen en el siglo XX, y en este sentido se anticipó al rock and roll.
-¿Te desilusionó Buenos Aires en tu primera visita?
-No, porque estaba casi todo lo que había leído y escuchado sobre ella, incluso la desesperación, el caos y las crisis. Sin contar que las chicas eran aún más guapas de lo que yo esperaba. La ciudad es paseable, fantástica. Y además tiene un modo de acoger y apadrinar a los artistas que parece un sueño, por lo que no puedo tener más que agradecimiento.
-¿Estás leyendo más que antes?
-Estoy escribiendo, tal vez, más que antes, porque tengo más tiempo y más tranquilidad. En cuanto a la lectura, también sigo adelante. Aunque creo que los libros que nos cambian y que nos ayudan a elegir caminos son los que leemos entre los 14 y los 25 años, hay uno que es una maravilla y me ha hecho sentir muy bien: El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa.
-¿Usás la lectura para escaparte de algo o de alguien?
-La realidad no está nunca a la altura de los sueños; la realidad siempre defrauda, porque no tenemos otra cosa. Aunque sí podemos inventar otra realidad, o al menos maquillarla, a través de canciones, películas, libros y cuadros, entre otras cosas. En ese sentido coincido con Gabriel García Márquez cuando dice que el escritor es un deicida, porque busca suplantar a Dios al crear otros mundos. Creo que es un enorme consuelo poder intentarlo.
-¿Cuánto del oficio de escribir heredaste de tu papá?
-Mi padre era un poeta de campanario, banquetes, bodas y bautizos. Pero conocía bien la lengua porque tenía una eduación muy libresca, conseguida gracias a que había estudiado para cura. Era un gran versificador, y eso lo saqué de él, sin duda, aunque también fue porque en mi casa había libros. Eso es algo que, a quienes nos ha sucedido, agradecemos siempre mucho a nuestros padres.
-¿Cómo llevás, en la actualidad, tu vida de escritor?
-Además de lo que escribo para el diario Público, estamos haciendo un libro de cartas en prosa con Luis García Montero, sobre temas donde no opinamos exactamente lo mismo y donde vale cualquier cosa.
-¿Te juntás con poetas?
-Me junto con amigos con los que escribimos a 4 manos, desde hace muchos años. Con, entre otros, Almudena Grandes, Felipe Benítez Reyes, Benjamín Prado y otros ya mayores. En la bahía de Cádiz tenemos todos casitas juntas, donde pasamos los veranos en alcohólica y poética compañía.
-¿Te animás a considerarte un poeta?
-Creo que soy tan versificador como lo fue mi padre. Aunque considero que hay más gotas de poesía en mis canciones que en los 100 sonetos que publiqué. Pero ser poeta, y tomármelo como un trabajo, creo que es un traje que me queda demasiado grande.
-¿Qué otros placeres te permitís hoy?
-Además de leer y escribir, sin duda encuentro placer en charlar con mis amigos y viajar con mi chica. El más reciente de mis viajes fue a Londres, donde viví, para celebrar mis 62 años y buscar los despojos de mi pasado. Allí encontré un bar donde cantaba. Hallé solamente uno porque al resto les había pasado el tiempo por encima. La Thatcher terminó con el barrio del suburbio londinense donde viví como okupa... Y eso que los conservadores británicos, a diferencia de los españoles, se caracterizan por conservarlo todo.
-¿La pintura es el más reciente de tus placeres?
-Yo no sé pintar. Lo que pasa es que, a diferencia de la hoja en blanco, que siempre es una tortura, un lienzo vacío es algo más terapéutico y automático, ya que sólo necesitas un pincel y unos tubos de color. Pero, aunque creo que tengo buen gusto, no tengo ni puñetera idea sobre lo que es pintar. Me gusta hacer garabatos y manchas de color, es todo.
-¿Sos un sibarita?
-Disfruto de las cosas buenas, bellas y ricas, pero lo que más me divierte es invitar a mis amigos a cenar a un buen restaurante y verlos comer como animales.
-¿Tiene sucesor Vinagre y rosas, tu último disco?
-Creo que sacaré un disco para Navidad. Ya hay canciones sueltas dando vueltas por ahí, sin hacer maquetas ni darlas por acabadas, pero en esta gira sí he interpretado trozos de canciones nuevas de tanto en tanto.
Con esa novedosa carga a cuestas, Joaquín Sabina prepara el tren que lo traerá a la Argentina. Que, por deseo y entusiasmo propio y ajeno, será penúltimo sólo porque los penúltimos también pueden ser los primeros.
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