sábado, 9 de enero de 2016

Bárbara Hepworth, escultora del espacio

El museo holandés Kröller-Müller presenta una antológica de la artista británica, una de las figuras más importantes del siglo XX



Imagen del museo Kröller-Müller.


En una filmación de los años Cincuenta, la artista británica Bárbara Hepworth (1903-1975) se deja retratar esculpiendo a mano madera y piedra en su estudio en la Bahía de Saint Ives, en Cornualles, al suroeste de Inglaterra. Menuda, pero de brazos recios y manos fuertes, labra piezas sólidas en busca del espacio que recorre, metafóricamente, toda su producción. Decía que prefería tallar a modelar, porque al vencer la resistencia del material conseguía la forma deseada. A su vez, la obra debía guardar armonía con el aspecto arbitrario del material original para poder devolverla a su entorno. El museo Kröller-Müller, de la ciudad holandesa de Otterlo, abierto en un parque de 5.000 hectáreas, presenta hasta abril una antológica de 70 de sus creaciones y documentos inéditos de su archivo personal, además de una treintena de piezas de colegas como Henry Moore o Giacometti, y aprovecha la naturaleza para homenajearla.

Excultura de Bárbara Hepworth.

Hepworth debutó en los años Veinte trabajando el mármol y la piedra con motivos humanos y animales. Modelos clásicos en ruta hacia la abstracción que empiezan a dejar huella. Por ejemplo, con una maternidad donde el hijo encaja en el regazo de la madre, pero ambos son figuras independientes. Una década después, conoció a su segundo marido, el también artista Ben Nicholson, con el que colaboró y visitó los estudios de Picasso y Braque, además de tratar a Modrian. Del encuentro surgen con el tiempo las formas abstractas cóncavas que resumen su lema vital: demostrar que “el espacio es tan importante como el volumen”. En los años Cincuenta, la búsqueda de la luz dentro de la escultura, su otra divisa, estalla gracias a un envío de madera africana de guarea. Primero la vacía y pinta de blanco por dentro. Luego pule el tronco original hasta hacerlo brillar por fuera. Las obras le dieron fama mundial, y atemperaron la ansiedad que le producía haberse lanzado al bronce.
La muestra está dispuesta en el interior del museo, levantado al este del país por Helene Kröller-Müller, dueña de la segunda colección de obras de Van Gogh más importante del mundo después de Ámsterdam. En el parque, obras de Rodin, Lucio Fontana o Henry Moore forman una especie de laberinto benévolo donde es imposible perderse. Y donde hay una sorpresa. La Tate Gallery de Londres, propietaria de parte del legado de Barbara Hepworth, ha montado la antológica. La sala holandesa, que posee ocho de sus trabajos en bronce, los expone fuera para que produzcan la “sensación física y espiritual derivada del paisaje” que animó su carrera.

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