sábado, 29 de marzo de 2014

Ahora Amazon pone el arte a un solo click 

de distancia de los usuarios

El gigante de ventas online lanzó Amazon Art, un sitio de ventas de obras de arte donde se pueden adquirir fotos por US$ 25 hasta pinturas de Renoir por US$ 800.000
Amazon Art

El negocio del arte online suma a uno de los poderosos del negocio por Internet, Amazon. Se trata de Amazon Art, un negocio de ventas de obras de arte que lanzó el gigante de ventas
 online el pasado año donde se pueden encontrar obras de las galerías de todo el mundo, según publicó Bloomberg.lun mar 24 2014 10:48
Al recorrer la galería se pueden apreciar desde fotos por US$ 25 hasta reconocidas pinturas como Le portrait d’une jeune femme, de Renoir a US$ 800.000.
Según Bloomberg, el sitio permite buscaren unas 55.000 obras por diferentes ítems como artista, precio, tamaño, tema, estilo y color, y están a un solo clic de comprar. La ventaja es que se evitan los regateos, la presión y las pretensiones de las tradicionales subastas. Es que Amazón transformó la compra de arte en algo tan fácil como la adquisición de un par de auriculares, un disco duro u cualquier de los miles de artículos publicados en Amazon.
Incluso, al igual que el resto de los productos, está previsto el envío directo y en forma gratuita.
Charlotte Nichols, directora de marketing de UGallery.com (que funciona desde 2006) en San Francisco, afirmó que el futuro del arte está online. Cuando Amazón se contactó con ella para establecer una asociación, no había mucho para pensar, comentó. Es que por Amazon pasa mucha más gente que por UGallery.com, reflexionó Nichols..
Nichols le paga una comisión a Amazon por cada venta, que hasta el momento es secreta, y según confesó a Bloomberg “ha sido una relación excelente para nosotros”.
 

El arte online


La venta de arte online no tiene más de 15 años. Hace poco más de una década se hace a través de eBay y según Bloomberg, el más viejo es Artnet.com, una empresa alemana fundada en 1998 que realiza subastas, recibe galerías y reúne datos de ventas en varios puntos del planeta. También están Paddle8.com y ArtSlant.com.
Otras como Artsy,net cuentan con el patrocinio de del cofundador de Twitter, Jack Dorsey y Wendi Deng, la ex esposa de Rupert Murdoch. 

sábado, 22 de marzo de 2014

El fraude de los talleres literarios

La semana pasada, Hanif Kureishi, el autor de "El buda de los suburbios" –entre muchos otros libros y guiones de cine– declaró que pagar dinero para aprender a escribir era un absurdo y que para eso sólo hacía falta leer buena literatura. Es un viejo debate, con una respuesta clara. Kureishi tiene razón. Aunque es un hipócrita: él mismo es profesor de escritura creativa.

El domingo pasado, en un festival literario en Bath, Inglaterra, el novel

ista y guionista Hanif Kureishi adeclaró indignado que las cátedras de escritura creativa no sirven para nada: “Si quieres escribir lo que tendrías que estar haciendo es leer la mayor cantidad de literatura buena que puedas, por años y años, en vez de malgastar la mitad de tu carrera universitaria escribiendo cosas que no estás listo para escribir.”

Kureishi tiene razón, pero es un hipócrita y parte del problema es que Kureishi es profesor de escritura creativa en Kingston University donde la matrícula para el Posgrado en Escritura Creativa ronda entre 10 y 20 mil dólares por año, según seas de la Unión Europea o extranjero, si el curso dura un año o dos.

Sobre los alumnos que eligen este curso de estudios Kureishi dijo: “Muchos de mis alumnos simplemente no pueden relatar una historia. Pueden escribir frases, pero no saben hacer que un cuento llegue a su final sin que sus lectores se mueran de aburrimiento.”

Como si no fuera suficiente, el autor de El buda de los suburbios (1990), dijo que el 99,9% de sus alumnos no tenían talento y que él nunca aconsejaría participar en un programa como el que lo tiene como empleado remunerado. “Es una gran lástima que miles de personas estudien esta materia con tutores sin calificaciones, algunos que nunca han publicado una novela. No soporto cuando autores anuncian que tienen un título en escritura creativa. ¿Y qué? Salen diez centavos la docena.

Las amargas declaraciones de Kureishi pertenecen a la odiosa fauna de los escritores que van a los festivales literarios para pasársela quejándose cuánto odian tener que hacer publicidad de sus libros.

Pero volvamos al debate. ¿Vale la pena pagarle a un experto para aprender a escribir? Sea en una prestigiosa institución estadounidense o europea, o directamente en el acogedor taller de un escritor semifamoso de la ciudad donde cada uno vive.

La respuesta es fácil y consiste en la lista de los grandes escritores y escritoras de toda la historia humana antes de 1936. Algunos de los nombres son: León Tolstoy, William Faulkner, Franz Kafka, Arthur Rimbaud, Virginia Woolf, Miguel de Cervantes, Jorge Luis Borges, William Burroughs, Emily Dickinison, Samuel Beckett, Cormac McCarthy, Julio Verne, Victor Hugo, Gertrude Stein, T.S. Eliot, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Ezra Pound, Octavio Paz, Benito Pérez Galdós, F. Scott Fitzgerald, Charles Bukowski, James Joyce...

Entendieron la idea. Ninguno de estos autores fueron a un taller, ni menos pagaron dinero para pedir permiso de sentarse a un escritorio y escribir. ¿Hay más debate posible contra este argumento? No es original, pero nos parece definitivo.

La fecha 1936 no la elegimos azarosamente. Es el año en cual se fundó el Iowa Writers Workshop, la más prestigiosa escuela de escritura creativa y el modelo de los talleres literarios como se practica mayormente hoy: alumnos leyendo sus trabajos y recibiendo comentarios y críticas de sus compañeros, guiados por la autoridad de un escritor profesional.

¿Se imaginan a Franz Kafka llevando las primeras páginas de La Metamorfosis a un taller? “Eh, Franz”, diría un hipster con dinero de papá, “me parece que lo que estás buscando está más en el género de la ciencia ficción. Y el título –ya veo que se remite irónicamente a Ovidio– pero me parece un poco pretencioso.”

¿Se imaginan a Marcel Proust presentando su plan de trabajo en un taller de Kureishi? Agobiado, pasaría la tarea de crítica a sus alumnos. Uno diría: “Y, me parece que sería más sensato comenzar por cuentos cortos. Como empezar por un lugar donde el final se va ver. Además, tu idea me parece genial, es muy tierna, pero creo que lo vas a poder resolver en un cuento de no más de 20 páginas.”

Estos chistes son fantasiosos. Pero veamos el caso de David Foster Wallace. Wallace, autor de la última gran novela del siglo XX, era alumno del posgrado de escritura enla Universidad de Arizona. Sus profesores lo odiaban y hasta lo alentaban a discontinuar sus estudios. Les parecía que la dirección en la que iba su imaginación era frívola. No encajaba con el modelo de realismo duro carvereano que estaba de moda en ese momento. Hasta que Foster Wallace consiguió un contrato para publicar su primera novela, aun siendo alumno. Incómodo silencio por parte de los profesores...

Para ser justos, tendríamos que agregarle a este relato que Foster Wallace fue profesor de escritura creativa y, según los testimonios de sus alumnos, era extremadamente generoso con su tiempo y muy positivo con sus alumnos. Otros escritores contemporáneos de gran calidad, como Junot Díaz y Jeffrey Eugenides, se recibieron de programas de escritura creativa y actualmente son profesores de esa materia.

Cuando Junot Díaz ganó la beca MacArthur en 2012 ($500.000 dólares sin obligación alguna) le preguntaron si dejaría su puesto de profesor en MIT. Contestó que no, porque no quería perder el plan médico.

Para concluir, veamos la declaración de la página informativa del Iowa Writers Workshop, cuya matrícula cuesta unos $40.000 dólares (por dos años de cursada). La página informativa, que explica la filosofía pedagógica del programa, concluye, y citamos fielmente:

Como un workshop damos una oportunidad para que el escritor talentoso trabaje y aprenda de poetas y escritores de prosa consagrados. Aunque estamos de acuerdo, parcialmente, con la insistencia popular que no se puede enseñar a escribir, existimos y procedemos con la suposición que el talento se puede desarrollar y vemos a nuestras posibilidades y limitaciones como colegio en esa luz. Si uno puede “aprender” a tocar el violín o a pintar, uno puede “aprender” a escribir aunque ningún proceso de entrenamiento externamente inducido puede asegurar que lo hará bien. Así pues, el hecho que el workshop puede señalar como graduados a poetas, novelistas y cuentistas de prominencia nacional e internacional, creemos que esto se debe más a lo que tenían en su haber antes de llegar acá que por lo que les dimos. Continuamos buscando al talento más promisorio del país con la convicción que la escritura no se puede enseñar pero que los escritores pueden ser alentados.”

Esto es, simplemente, una estafa.

Dando vuelta la frase de Kureishi sobre sus alumnos, es una certeza que el 99,9% de los talleres literarios son una estafa también.

¿Quiere escribir? No se desespere. Hay una receta infalible: Escriba. Lea. Edite. Repetir.

Todo lo demás es literatura.

jueves, 6 de marzo de 2014

Dibujos para salvarse del insomnio

El pintor Guillermo Roux expone las obras que hizo en noches blancas. Frente al dolor que no lo dejaba dormir se refugió “en las pequeñas cosas” y redescubrió los objetos cotidianos.


Lloran cucharas sobre un fondo gris plateado. Y unos tenedores parecen reptar en la mesada; y un insecto metálico yace al borde de una copa. Durante meses Guillermo Roux tuvo una cita involuntaria con la noche y lo que comenzó siendo parte del dolor y del insomnio poco a poco se convirtió en una revelación: una serie de dibujos metálicos y melancólicos, hermosos y simples como las flores, en los que el artista confirió vida a una larga lista de objetos inertes sólo para recuperar la propia. El resultado se llama Nocturnos y puede verse hasta el 2 de Marzo en el Museo de Arte Decorativo de Buenos Aires.

-Un insomnio que fue también ensoñación…
-Cuando uno no duerme hay un momento en el que es posible dormirse pero entre medio hay una zona que no es ni estar despierto ni estar dormido; pero además hay una especie de silencio cuando es de noche donde queda un espacio para que se mezcle la realidad con los recuerdos y para que las cosas más impensables puedan pasar por la cabeza. Cosas que no tienen mucho que ver con lo que uno está mirando: puede pasar la infancia, conversaciones, olores y toda esa cantidad de ideas (o de fantasmas) si uno mira fijo un objeto, se ponen ahí. Lo que importa es quedar absorbido por lo que uno está mirando. Ejerce un poder hipnótico cuando uno le puede poner todo lo que desea a eso. Y el objeto lo recibe, es tan generoso que en él pueden caber todas las cosas que uno quiera ponerle. Y es generoso no sólo en recibirlas, sino que las devuelve. Lo único que hay que hacer es estar atento a él, no pensar. El secreto sería no pensar, no auto-criticarse, no darle finalidad a eso que uno está haciendo, ni fijarle un destino. Muchísimo menos uno que tenga que ver con el mundo del arte y la cultura. Todo eso es absolutamente inútil y perjudicial. Ese momento hay que aprovecharlo para estar lo más gratuitamente sólo posible con uno mismo en lo que uno entrega y desea recibir. Porque sólo así uno puede valorar el objeto que ya es un lugar de meditación. Uno desearía vivir siempre así, hundirse o estar en ese espacio de ensoñación o de ausencia de lo cotidiano que es enormemente placentero, lo difícil es después despertar.

-Un momento enormemente placentero rodeado por una situación de dolor, como eran en ese momento las molestias físicas que le impedían conciliar el sueño…
-Tengo que agradecer el dolor. Muchas veces, sea espiritual o físico, nos hace ver un aspecto de la vida que no conocíamos y que nunca conoceríamos si no entráramos por esa puerta. El problema es poder aceptarlo. No me fue fácil. Padecía bastante al principio porque no aceptaba que me pasara eso. Pero cuando uno acepta que el dolor es parte de la vida (que para los que hemos sido muy sanos es algo desconocido) se abren puertas maravillosas, que si uno puede transitarlas bueno, ahí está la imaginación. Hay tesoros escondidos que uno no los hubiera visto si no fuera a través de tener impedimentos. Sé que eso es difícil de aceptar. Pero cuando no hay posibilidad, cuando la vida lo pone a uno entre lo que es y es, quedan en definitiva dos caminos: uno es renunciar a la vida, la lástima de sí mismo y la depresión que viene aparejada. El otro es buscar el sentido, encontrar qué es lo que hay detrás, cómo es la vida a través de esta puerta que yo no había transitado, era una habitación que yo no conocía.

-¿Cómo ayudaron estos dibujos a transitar las noches de insomnio?
-Empecé a refugiarme en las pequeñas cosas. No podía soñar con un algo que no tocaba, algo con lo que no estaba unido afectivamente. Era un asunto muy íntimo, casi un amuleto o un tótem, un algo en lo cual creer. Y creer fuertemente, como forma de salvación. Entonces vi que lo que podía tener era lo que estaba al alcance de mi mano. Yo ya no tenía un mundo grande de acuarelas, viajes, museos y demás. Todo eso tiene un significado tan relativo, tan poco significativo. Y a lo mejor es una flor, una tacita, una cuchara… Y entonces –recuerdo perfectamente ese día- empecé a mirar un vaso que estaba arriba de la mesa. Y a desear que ese vaso hiciera algo por mí. O fuera el depositario de un diálogo que no podía tener con las personas. Empecé a dibujar el vaso como si nunca hubiera dibujado, ni supiera que el vaso era un vaso. Tenía que descubrirlo, hacerlo mío. Y después hubo otro vaso. Y abrí el cajón de cubiertos, descubrí ollas que estaban abolladas y que yo nunca había visto, máquinas de hacer café que nunca me habían importado, escurridores de platos quietos… todo eso se transformó en un mundo que me daba respuestas, o en todo caso me calmaba. Cuando podía hacer un dibujo el dolor se suavizaba y después podía dormir. El estar fuera de mi yo corpóreo y empezar a ser un simple observador lo más ingenuo posible me daba una cierta certeza. Empecé a dibujar en un bloc porque podía dar vuelta las páginas. Feché cada día. Dar vuelta las páginas era dar vuelta cada día. Entonces veía cómo iban pasando los días y pensaba que cada día iba descubriendo una nueva forma de vivir. Iba avanzando y viviendo lo que antes me parecía que no iba a poder vivir. Porque cuando me sentí tan mal pensaba que no iba a vivir más. Pero iba viviendo y los objetos iban tomando un carácter y yo me iba sintiendo mejor. Mi única intención era salvarme.