miércoles, 31 de julio de 2013

"Música Ocular", cine hecho con las manos

"Música Ocular", cine hecho con las manos

Actores de Música Ocular
Música Ocular es la primera película mexicana con diálogos en lenguaje de señas (Fotos cortesía de José Antonio Cordero)
La película "Música Ocular", la primera en México realizada completamente con lenguaje de señas, nació de un diálogo poco afortunado: el director del filme, José Antonio Cordero, no supo cómo comunicarse con Eric, un joven sordomudo a quien conoció durante un viaje a Oaxaca.
Se sintió aislado, incapaz de hacerse entender, recuerda. "Trataba de comunicarse conmigo a través de diferentes gestos, sonidos guturales, de gestos y de pantomima", le cuenta el cineasta a BBC Mundo.

Varios años después Eric es uno de los protagonistas centrales del filme, en el que todos los actores son jóvenes con alguna discapacidad auditiva."En ese momento me sentí discapacitado, le di la vuelta a la idea general; yo era el que no le entendía, no entendía su idioma".
Ninguno de ellos había actuado jamás. El documental es una historia sobre su vida cotidiana en el pueblo de Zipolite, Oaxaca, en el sureste del país.
Una cinta hecha por y para personas sordas o con problemas auditivos, que genera debate pero que según el cineasta es "un homenaje artístico a su forma de vida".
Es, asegura el director, una herramienta para que los sordos de México se reconozcan en la pantalla mediante historias y emociones similares a las suyas.

Emociones

Según el más reciente Censo de Población y Vivienda, el 12,1% de los mexicanos (unas 12 millones de personas) padecen de alguna discapacidad auditiva.

"No es necesario escuchar para disfrutar del cine"
José Antonio Cordero, director de Música Ocular
Para ellos, las opciones para estudiar o encontrar empleo son pocas, y lo mismo sucede con las expresiones culturales o artísticas.
Fue uno de los elementos que motivaron a Cordero para concretar la película. Después del primer encuentro, el joven Eric presentó al cineasta con la organización civil Piña Palmera, que apoya a personas con problemas auditivos.
El director de la película hizo su propia investigación sobre lo que significa ser sordo y descubrió que el lenguaje del cine era el indicado para mostrarlo.
La producción de la cinta duró tres años y se grabó principalmente en la región donde viven los protagonistas, integrantes de Piña Palmera.
"Relacioné mi incapacidad para entenderlos con la que ellos tienen para entender el cine, porque suelen perderse el 50% de la información que se proyecta, el audio", explica.
"Las emociones pueden ser percibidas por muchos sentidos, se puede conmover y ser conmovido de muchas formas, el cine te permite eso, no es necesario escuchar para disfrutar del cine, del arte de lo que sea".

Música

José Antonio Cordero, director de Música Ocular
José Antonio Cordero, director de Música Ocular
El guión del documental se inspira en el libro Musicofilia: relatos de la música y el cerebro del escritor Olivier Sacks.
Aunque los diálogos de la cinta se realizan con el lenguaje de señas, el filme también tiene música.
Y no es sólo un acompañamiento, explica Cordero, porque no es necesario escuchar para poder "oír": el audio del filme fue diseñado para que las personas totalmente sordas perciban físicamente las vibraciones del sonido.
"Hicimos una presentación de la película para los chicos que estuvieron actuando y otras personas total o parcialmente sordas. Cuando terminó la función les pregunté si habían podido sentir la música y ellos respondieron que sí, pudieron sentir las vibraciones y escuchar", explica.
"Música Ocular" es una producción independiente que hasta ahora se exhibe en pocas salas de México, casi todos espacios culturales o universitarios.

miércoles, 24 de julio de 2013

Presento mi último libro!

"CUENTOS DE PAN CON MANTECA" (Spanish Edition) [Kindle Edition]





RESEÑA:


El presente libro: "Cuentos de pan con manteca" forma parte de la colección: "Cuentos para leer..." y "Cuentos de...". 

Acorde a lo que suelo presentar en mis libros de cuentos, responde al mismo criterio. Desfilan por sus páginas, cuentos, relatos y mini cuentos, Muchos de ficción y otros verídicos. Tuve una vida muy interesante, y me resulta un placer compartir con ustedes algunas de mis vivencias. Además como broche de oro, la inefable Señora D, ¡se casa y se va de luna de miel! No se la pierdan, porque ya es un personaje muy querido que los hará sonreír y a veces, reír a carcajadas. Estos dos cuentos, forman parte del segundo libro de sus locas aventuras, actualmente en preparación. 

Amigos, a disfrutar de este nuevo título!

Amazon.com y Amazon.es

domingo, 21 de julio de 2013

Deco: una mansión con toques orientales Conocé el interior de esta construcción del siglo XX que, actualmente, funciona como un exclusivo hotel en Malasia

Aires de China, India y Arabia conviven en esta mansión del siglo XX..





Tallas en madera, paneles de hierro forjado y rejas tienen un gran trabajo artesanal que atrae todas las miradas.

Luz natural y aire fresco colman este patio central, perfecto para descansar..

Las paredes doradas, con diseños chinos, crean un equilibrio perfecto con el living de líneas racionales..

Al estilo de los bares árabes, las mesas se ubican en la galería de la mansión, el lugar ideal para disfrutar un té especiado..

Tallas en madera, paneles de hierro forjado y rejas tienen un gran trabajo artesanal que atrae todas las miradas.
Tallas en madera, paneles de hierro forjado y rejas tienen un gran trabajo artesanal que atrae todas las miradas.

Un hotel con aires orientales, situado en Malasia, este palacio es una construcción del siglo XX que fue rescatada y hoy funciona como un exclusivo hotel. Aires de China, India y Arabia conviven en esta mansión, donde los detalles ornamentales invitan a vivir fantasías en cada uno de sus rincones.
Revista Susana

Elegí mostrarles esta belleza, porque me fascina ese tipo de estilo. 
Delia 

lunes, 8 de julio de 2013

¿Se acerca el fin del cine tal y como lo conocemos?

Steven Spielberg y George Lucas
Spielberg y Lucas vaticinan cambios en la industria cinematográfica.
En un futuro no muy lejano, una entrada de cine podrá llegar a costar US$150 y la oferta de películas en la gran pantalla se reducirá a un puñado de superproducciones que permanecerán en cartel durante meses y meses, lo que hará que las cintas más alternativas, si llegan a rodarse, se estrenen directamente en la televisión o en internet.
Estas predicciones tan agoreras no las ha hecho ningún gurú de la industria cinematográfica ni los ejecutivos de los grandes estudios de Hollywood sino dos de los directores estadounidenses más prestigio, Steven Spielberg y George Lucas.

"El gran peligro es que en algún momento se va a producir un colapso. Va a haber una implosión en la que tres o cuatro o incluso media docena de estas películas con grandes presupuestos se van a estrellar y eso cambiará la forma de hacer películas otra vez", aseguró Spielberg, quien confesó que su último filme, "Lincoln", estuvo a punto de no estrenarse en los cines.
En una charla celebrada hace unos días en una escuela de cine de Los Ángeles, ambos expusieron una visión un tanto pesimista del estado del séptimo arte en EE.UU. que, en su opinión, está llegando a un punto de no retorno debido a la hegemonía de las grandes producciones y del creciente consumo de contenidos audiovisuales en internet.
"El gran peligro es que en algún momento se va a producir un gran colapso. Va a haber una implosión en la que tres o cuatro o incluso media docena de estas películas con grandes presupuestos se van a estrellar y eso cambiará la forma de hacer películas otra vez"
Steven Spielberg, director de cine
El director de "Indiana Jones" y "La lista de Schindler" apuntó que en un futuro puede que se establezca un sistema de precios que variará en función de la película. "Tendrás que pagar US$25 por ver la siguiente de 'Iron Man' mientras que ver algo como 'Lincoln' solo te costará US$7", señaló.
Lucas, por su parte, vaticinó que "cada vez habrá menos salas de cine y las entradas costarán US$50, tal vez US$100 o US$150: lo mismo que hoy en día cuesta un espectáculo de Broadway o ir a ver un partido de fútbol. Será algo caro (…) Y las películas puede que estén en cartel un año".
Los analistas consideran que tanto Lucas como Spielberg exageraron con sus predicciones. Entre otras cosas, señalan que la asistencia récord registrada en las últimas semanas en los cines de EE.UU. parece indicar que, de momento, el modelo de negocio tal y como lo conocemos goza de buena salud.
Pese a ello, muchos sí están de acuerdo es que es posible que en un futuro próximo se establezca una escala de precios que variará en función de la película que se vaya a ver.

Precios diferentes

"En la industria ya existen diferencias de precio en las entradas, por ejemplo cuando se va a ver una película en 3D o en un cine IMAX", señala Stuart Oldham, editor de la revista de espectáculos Variety.
Celuloide
El precio de los boletos para el cine podría variar dependiendo del fin de semana.
"Crear un sistema de precios variables tiene sentido para la industria. Hay películas que cuestan US$200 millones o US$300 millones y cobrar más por ver esas cintas ofrecería cierta protección financiera a los productores", aseguró Oldham en conversación con BBC Mundo.
"Para una película como 'Superman', que ha costado US$250 millones, la audiencia podría pagar más, mientras que para ver una película independiente, el precio podría ser menor", señaló el periodista, quien considera que eso no quiere decir que no se sigan estrenando películas de menor presupuesto.
"Siempre va a haber una demanda de producciones más pequeñas e independientes, porque a la gente le gusta ir al cine y compartir la experiencia. Puede ser que se produzcan menos películas de este tipo o que lleguen menos al cine, pero seguirán existiendo", aseguró.
Grady Smith, de la revista Entertainment Weekly, está de acuerdo en que el sistema de precios variables podría llegar a imponerse, aunque considera que ello conllevaría ciertos riesgos para los estudios.
"Es un terreno resbaladizo. Si antes de estrenar una película le pones un precio, eso puede predeterminar la reacción de los espectadores, ya que puede sugerir que la película que es más barata no es tan buena"
Grady Smith, periodista de Entertainment Weekly
"Es un terreno resbaladizo. Si antes de estrenar una película le pones un precio, eso puede predeterminar la reacción de los espectadores, ya que puede sugerir que la película que es más barata no es tan buena", señaló Smith en conversación con BBC Mundo.
"Hollywood es muy reacio a que algo así pase. Además, hay películas que nadie espera que recauden mucho en taquilla y luego llegan a los cines y se convierten en un éxito. Si esa película tuviera un precio de sólo US$5, los estudios perderían dinero".
En opinión de Smith lo que puede suceder es "que lo precios de las entradas varíen dependiendo del fin de semana".
"Quizás ponen un precio más elevado para el fin de semana del estreno y otro para los siguientes fines de semana".

El "superticket"

Brad Pitt
Para la película de Pitt se lanzó un boleto especial, el llamado "súperticket".
Pero pese a que las predicciones sobre el aumento del precio de las entradas pueden estar lejos de cumplirse, un par de anuncios realizados recientemente por cadenas de cine que operan en Estados Unidos, apuntan a que sí que se puede consolidar la tendencia de ofrecer entradas más caras que dan al espectador algo más que la posibilidad de ver una película.
Para el reciente estreno del último filme de Brad Pitt, "Guerra Mundial Z", Regal, una de las cadenas de salas de cine más importantes de EE.UU. puso a la venta entradas a US$50, que incluían, además de el derecho a ver la película antes de su estreno oficial, varios regalos como un póster, una bolsa de palomitas, unas gafas 3D de edición limitada y una copia digital de la película a descargar cuando esté disponible.
Unos días más tarde, Cineplex, una de las grandes cadenas de cines de Canadá, anunció el próximo lanzamiento del llamado "superticket" que, a un precio aún por determinar, dará acceso a ver la película en el cine y a recibir una copia digital descargable de la misma.
"Para nosotros es una oportunidad de proporcionar un valor añadido a la experiencia de ir al cine, para que los espectadores reciban más beneficios", le explicó a BBC Mundo Mike Langdon, director de comunicación de Cineplex Entertainment.
"Hicimos una investigación que reveló que el espectador medio en Canadá ha visto su película favorita 17 veces. Así que con el "superticket" les ofrecemos, además de la entrada de cine, la posibilidad bajarse la película en casa para que la vean tantas veces como quieran", explicó Langdon.
"También descubrimos que el 74% de los espectadores creen que el superticket es una buena idea".

Para los más fanáticos

Stuart Oldham, de Variety, cree "que en los próximos años veremos más lanzamientos de estos "supertickets", aunque principalmente para películas con grandes presupuestos y muchos efectos especiales".
"Se hará con filmes que los estudios saben de antemano que van a funcionar bien y que hay fans dispuestos a pagar US$50 por verlos antes del estreno. No creo que suceda con todas las películas".
Cine
Las superproducciones son las que reinan en la gran pantalla.
Grady Smith, de Entertainment Weekly, considera que lo que hicieron con "Guerra Mundial Z" fue "ofrecer una experiencia premium a los espectadores más fanáticos".
"Lo que los estudios están viendo es que la pasión del público llega a su punto máximo justo antes de que se estrene una película. Pueden aprovecharse de esa emoción y vender por anticipado los supertickets, que incluyan las copias descargables del filme".
En este entorno, en el que las superproducciones son las que reinan en la gran pantalla, Smith reconoce que "hay muchos directores de Hollywood que están frustrados, ya que parece que no se les respeta más".
"A medida que la taquilla internacional gana importancia para los estudios, estos se están centrando más en hacer películas que puedan atraer a todo tipo de público, que son las de aventuras con un montón de efectos especiales. Eso hace que cada vez sea menos prioritario hacer películas independientes", señala el periodista.
En cualquier caso, Smith cree que la cultura de YouTube y del contenido en internet, "además de haber democratizado el entretenimiento y de estar cambiando la industria del cine increíblemente rápido, puede ofrecer muchas posibilidades a los realizadores".
Quien sabe si las próximas películas de Steven Spielberg y George Lucas las veremos directamente desde la comodidad del salón de nuestras casas. Algunos dicen que sus predicciones son un tanto exageradas, pero ¿cuándo dejamos de considerarlos unos visionarios?.

sábado, 6 de julio de 2013

El arte como remedio del dolor

El arte como remedio del dolor

“Hago arte para no suicidarme”, dice la artista japonesa cuya obra deslumbra en el Malba. Aquí, un recorrido por la muestra y por su vida cargada de tristeza, que ayuda a comprender su producción a lo largo de seis décadas y su papel clave en la vanguardia artística de Nueva York en los años 60.


Era una lucha tras otra: conseguir comida como para pasar el día; sacar monedas de donde no las tenía para poder pagar pinturas y telas; problemas con Inmigraciones acerca de mi visa; la enfermedad… Muchos vidrios de mi estudio estaban rotos. Mi cama era una puerta vieja que alguien había dejado tirada en la calle, y tenía una sola sábana. Mi loft estaba en un edificio de oficinas en la zona comercial, entonces las estufas se apagaban a las 6 de la tarde. Nueva York está casi tan al norte como la isla Sakhalin, y en ese departamento me helaba hasta los huesos, desarrollando dolor en mi abdomen. No podía dormir, me levantaba de noche y pintaba. No tenía otra forma de enfrentar el frío y el hambre que la de empujarme a mí misma dentro de una escalada de trabajo cada vez más intensa.” Así relata Yayoi Kusama –probablemente en este momento una de las artistas más increíblemente famosas y ricas del mundo, recientemente contratada para diseñar, a sus 84 años, para la marca Louis Vuitton–, sus comienzos como pintora inmigrante japonesa en los Estados Unidos, en La red infinita , su apasionante autobiografía (accesible sólo en inglés y aún no distribuida en nuestro país). Era el final de la década del 50 y principios de los 60. El hippismo, la psicodelia, el amor libre, las drogas, el feminismo, el pacifismo, los nuevos reclamos por los derechos civiles, en fin, toda una fuerte contracultura, era el movimiento al que los jóvenes norteamericanos comenzaban a adherirse cada vez en mayores cantidades. Hay que imaginarse, entonces, a una artista de 27 años, recién llegada a Nueva York, salida de Matsumoto, un pueblo japonés tradicional, perteneciente a una familia estricta y conservadora, aterrizando –casi sin dinero– en la gran ciudad. No era una mujer cualquiera: arrastraba un historial familiar de dolor y terror, y las lógicas secuelas que nunca pudo –a pesar de su tremenda inteligencia– sanar: las de la enfermedad emocional y mental. Sepamos, también, que Yayoi venía de un Japón post Pearl Harbor, post bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, post Segunda Guerra Mundial: después de 1941 allí sufrieron muertes horrorosas y severas privaciones, entre otras gravísimas consecuencias.
Detalle: cuando tomó el avión a Estados Unidos, específicamente a Seattle, donde haría su primera muestra –”la nave estaba vacía salvo por dos chicas americanas, una novia de guerra y yo”, recordará más tarde la artista–, previsora, práctica, Yayoi llevaba sesenta kimonos de seda para revender, además de dos mil dibujos y pinturas sobre papel pertenecientes a su primera época, como los que ahora pueden verse en una de las salas de la exposición Obsesión infinita en el Malba. Semiabstractos, dejando al descubierto una gran influencia del surrealismo –movimiento conocido en Japón gracias a las revistas especializadas locales que difundían el arte europeo de la época (décadas del 40 y del 50), como Mizue y Atelier–, las obras podrían ser vistas microscópicas de células, de criaturas pequeñas y extrañas, de espermatozoides; o tramas aumentadas. Utilizando las técnicas innovadoras del momento –el frottage y la calcomanía, ambas de filiación surrealista–, y atestiguando el pasaje hacia el surrealismo desde los métodos de la pintura japonesa tradicional, Kusama creó miles de gouaches, óleos, acuarelas, acrílicos, pasteles y tintas sobre seda, tela y papel, que quizá no son tan conocidos ni impactantes como sus instalaciones inmersivas o sus obras con lunares, pero sí son muy originales y con un fuerte halo místico alrededor; exquisitos. Se exhiben en la primera sala del Malba. Allí aparecen claritas las referencias europeas que la artista contempló durante su juventud temprana en Japón, a la distancia: Joan Miró, Max Ernst, Paul Klee, André Masson. Y también algunos de los patrones formales que repetirá durante toda su vida: la célula, el punto, el lunar. Así lo observa la inglesa Frances Morris –junto con Philip Larratt-Smith, curadora de la muestra y jefa de Colecciones Internacionales de la Tate Modern de Londres–, en el texto sobre Kusama que pronto publicará el museo local en un catálogo bilingüe acerca de la exposición.
Estas obras exhibidas en el primer espacio del Malba significan un paso, una transición hacia el surrealismo, hacia la experimentación; cinco vueltas más de tuerca en la búsqueda de Yayoi por apartarse –mientras todavía vivía en su país– de la pintura Nihonga, un tipo de pintura japonesa tradicional nacida de la observación del natural, ésa que la joven artista había estado aprendiendo durante sus años en la Escuela Municipal de Artes y Oficios de Kioto. Y si bien éste había sido un aprendizaje muy preciso, asistir a él le había permitido a Yayoi alejarse de la casa familiar –en la que, veremos, reinaba el horror–, durante dos años. Corrían entonces los años 47 y 48; Yayoi tenía 16 o 17. Vivía junto a un poeta haiku, su mujer y sus dos hijos, en las afueras de la ciudad, y pasaba casi todo el tiempo encerrada en su cuarto, pintando un motivo que volvería a aparecer a posteriori, recién en la década del 80 y con una Yayoi con muchísimo más mundo por fuera y por dentro: el zapallo.
Volvamos un poco a esa primera Nueva York que recibe a una japonesa joven, pobre, arriesgada. Una Nueva York cuya escena artística, además, era dominada por los hombres. Era muy difícil ser mujer, artista e inmigrante en ese contexto. Por eso, volvamos a la escena de una Yayoi recién llegada, que se encuentra con este panorama. Ella estaba, por sobre todo, ávida de apertura, de aprendizaje, de vanguardia; y de triunfo. Porque si hay algo que nunca abandonó a Yayoi fue ese fuerte y obsesivo deseo de triunfar. Sí, también señaló esa obsesión Frances Morris, la curadora de la muestra en el Malba (también fue la curadora de la gran retrospectiva de Kusama en la Tate Modern el año pasado). Ella subraya esta obsesión de Kusama por la fama como una de las características más fuertes de su mundo.
Hay otra cosa fundamental: Yayoi llevaba consigo a Estados Unidos esa carga interna que siguió arrastrando toda su vida y con la que aún hoy convive: su enfermedad, mezcla de depresión, neurosis obsesivo-compulsiva y alucinaciones. “Adicta al suicidio”, la describe, de manera contundente, el curador Larratt-Smith. “Kusama me confesó el año pasado, cuando estuve con ella en Japón, que estaba cansada de sufrir y que quería morirse; por este motivo, sus enfermeras no le dan siquiera un cuchillo para cortar una manzana”, comenta ahora el curador acerca de la artista.
En directo desde Japón, la artista responde en entrevista con Ñ:
Yayoi, ¿piensa que es posible superar el dolor?
Vengo pensando en suicidarme desde que era muy pequeña. Hago arte para intentar salirme por fuera de esa idea. Mi producción artística es para sobrevivir al dolor: por eso creo mis obras, para sobrevivir al deseo de muerte; pero luego el dolor vuelve a mí una, y otra, y otra vez. Y siempre lo recibo haciendo arte. Sigo, todavía, en ese proceso de repetición. Pero voy a mantenerme luchando. Sólo me daré cuenta que la lucha terminará, el día en que llegue mi muerte.
Si usted no pudiera seguir siendo una artista, ¿a qué se dedicaría?
Me suicidaría.
Si pudiera volver a 1957 y elegir si partir o no hacia Estados Unidos, ¿lo volvería a hacer?
Comparado con los días que estaba viviendo en esa época, creo que crecí como persona. No importa cuál sea el lugar –Japón, América o cualquier otro en el mundo–. Donde quiera que esté, es mi vida –muriendo de a poco– la que importa, creando obras cada día. Ahora vivo en Tokio y hago mis trabajos desde Japón para el público de todo el mundo. También me encuentro conectada con el mundo entero a través de documentales y películas sobre mi vida, que dan cuenta de mis actividades. La Tierra entera devino el campo de mi batalla artística.
Si fuera posible buscar las raíces del dolor permanente de Yayoi en alguna parte de su biografía, esos períodos son, sin dudas, su infancia y su adolescencia. “Nacida en un hogar imposible, con padres que no se llevaban bien; criada en medio de las tormentas cotidianas que enfurecían a mi madre y a mi padre; atormentada por una angustia obsesiva y por miedos que derivaban en alucinaciones visuales y auditivas, asma y luego arritmia, taquicardia y la ilusión de ‘ataques alternativos de alta y baja presión’, más la sensación de que la sangre inundaba el cerebro un día y se escurría al siguiente, esos episodios de desorden mental y nervioso, por los que sangraban las heridas que me había dejado una adolescencia oscura, son la fuente fundamental de mis creaciones artísticas”, comenta Kusama en su autobiografía. Más tarde, agrega: “Cuando era niña, mi madre no se daba cuenta de que yo estaba enferma. Así que me pegaba, me abofeteaba, creyendo que decía disparates. Me pegaba tanto que hoy la meterían presa. Solía encerrarme con llave en el depósito, sin comida, durante la mitad del día. No sabía nada de la enfermedad mental infantil.” La artista describe a la madre como una empresaria perspicaz, terriblemente trabajadora y ocupada, que llevó adelante el vivero familiar con éxito. Sin embargo, también declara que era extremadamente violenta. “No le gustaba verme pintando, y destruía las telas en las que estaba trabajando. Pinto desde los diez años, cuando tuve mis primeras alucinaciones”, confiesa Yayoi. Desde muy chica la artista andaba siempre con un libro de bocetos bajo el brazo. “Un día estaba sentada en medio de un campo de violetas y levanté la vista, notando que cada una de ellas tenía su propio rostro, una expresión humana. Atónita, escuché que me hablaban. Las voces fueron aumentando rápidamente en número e intensidad, hasta que su sonido lastimó mis oídos. Estaba tan aterrorizada que mis piernas temblaban.” Cuando algo así pasaba, rápidamente, Yayoi corría a su casa y lo dibujaba. Durante esos momentos estaba inmersa en su propio mundo. “Tuve muchos cuadernos de bocetos que documentaron mis alucinaciones –explica ahora Yayoi–. Este es el origen de mis obras.” “Los psiquiatras para niños no eran aceptados en ese momento, como lo son hoy en día –recuerda la artista– por lo que entonces tuve que arreglármelas por mi cuenta con lo referido a la ansiedad, y no decir nada acerca de las alucinaciones y visiones que me abrumaban. No había nadie a mi alrededor con quien pudiera hablar acerca de lo que me estaba pasando”. Sus padres se encontraban demasiado concentrados en su propio denso mundo, como para notar el llamado desesperado de la niña; y la envolvían en ese terremoto mental. La madre de Yayoi la obligaba a seguir a su padre durante sus permanentes citas con amantes, atestiguarlas y luego relatárselas, para más tarde descargar su furia sobre Yayoi y no sobre el padre.
“Todo era exasperante, injusto y –literalmente– enloquecedor. Era como si ya hubiera perdido la esperanza en mí y en mi entorno desde el momento en que estaba en el vientre de mi madre. Pintar era una suerte de fiebre nacida de la desesperación, la única manera de seguir estando viva en este mundo.” Cuando Yayoi llegó a Nueva York todo esto mantenía vigencia: en su estudio de Chelsea –un barrio que entonces era epicentro de la vanguardia artística de Manhattan–, pinta y pinta sobre metros de tela –cinco, diez, quince– sin cortar, instalados directamente sobre la pared o el piso; y no distingue dónde comienzan ni dónde terminan. “Redes infinitas”: sobre una inmensa superficie de tela negra, la artista iba pintando una red monótona de pequeños arcos blancos. Decenas de miles. Ahora esto puede verse en el MALBA, en la segunda sala de la exhibición. En aquel entonces, mientras los creaba, Yayoi sufrió episodios de psicosis. Pintaba sus “redes” sobre la tela, la mesa, el piso, las ventanas; sobre su propio cuerpo. No distinguía dónde terminaba la obra. “Un día los toqué y los arcos se arrastraron por dentro y por fuera de mi piel”, recuerda Yayoi. “Era el comienzo de un ataque de pánico. Llamé a la ambulancia, me llevaron de emergencia al hospital Bellevue. Desgraciadamente, este tipo de cosas me empezaron a pasar seguido, y regularmente llegaba en ambulancia al hospital. Los médicos me decían: ‘¿Vos? ¿De nuevo?’.”.
Esa serie de obras monocromas fue innovadora. Rápidamente la invitaron a exponer en las galerías neoyorquinas. Tuvo repercusión. Parte de sus objetivos comenzaba a lograrse. El otro –vivir la libertad del zeitgest , el espíritu de época que notaba a su alrededor, e incluso adelantarse a él– también.
El gran salto mediático y de reconocimiento público lo tuvo cuando comenzó a organizar, en 1967, sus escandalosas manifestaciones basadas en el nudismo, la psicodelia y la protesta política, sus performances, orgías y happenings sexuales. Pero todo esto empezó, realmente, con el “Festival del cuerpo pintado”, happening que realizó frente a la catedral de St. Patrick, en la Quinta Avenida. Allí, arrojando Biblias y quemando banderas estadounidenses, un grupo de jóvenes mujeres y hombres se sacaron la ropa y comenzaron a besarse, acariciarse y a tener sexo. A partir de entonces, la intensidad de sus performances fue in-crescendo. La televisión de Alemania Occidental la contrató inmediatamente para realizar un happening en vivo: Yayoi organizó una “escultura viviente”, un grupo de hombres teniendo sexo en una “habitación infinita” (efecto de los espejos que se reflejaban unos a otros, similar al de la instalación “Sala de espejos del infinito- Campo de falos”, ahora en el Malba).
“La sacerdotisa suprema de los lunares”, la llamaban por entonces a Kusama –los lunares ya eran su marca registrada–, reina, por un momento, del underground neoyorquino. Estaba decidido: la artista había dado un golpe de timón a su carrera y a su vida. Ahora sus obras estaban dirigidas al espacio público, a la calle, incluían estrategias vinculadas a la política, a las formas de protesta, a los medios masivos y al mundo comercial. Los “Festivales del cuerpo”, la “Habitación del amor”, las “Explosiones anatómicas”, tocaban el pudor público general e intrigaban, a la vez, a figuras claves de la alta sociedad norteamericana: nadie quería quedarse fuera de las sesiones-orgías de pintura. (Algo de este clima puede observarse en el Malba en la video-instalación “El autoborramiento de Kusama”, de 1967).
“Desde el punto de vista más tradicional, el sexo público y quemar banderas eran actos claramente indignantes, y a cada lugar que iba, la policía me seguía”, comenta Yayoi en su libro. “Pero nunca dejé que eso me perturbara. Tenía cinco o seis abogados aconsejándome, así como toda una legión de guardaespaldas hippies. Mi taller recibía constantes quejas y amenazas telefónicas. En parte fue por esto que algunos periodistas comenzaron a llamarme la “Reina de los Hippies”, asumiendo que yo me acostaba con todo el mundo. Pero en realidad, no tenía interés ni en las drogas ni en el lesbianismo; de hecho, no tenía interés en ninguna de las formas del sexo”. Aparece aquí otro de los grandes traumas de la artista: el terror al falo (en la muestra de Malba se ve, los penes de tela, blandos, fláccidos).
En 1973 Kusama volvió a Japón. Extenuada, debilitada, luego de años de intensidad máxima, su familia y amigos la negaron y despreciaron, como consecuencia del tipo de obras y vida que había estado llevando en los Estados Unidos.
Cinco años después, en 1977, Yayoi decidió instalarse en el neuropsiquiátrico Seiwa. Allí vive desde entonces. Frente a él tiene su taller. Es desde ese espacio que responde una última pregunta a Ñ :
Yayoi, si pudiera aconsejarle algo a un artista joven de América del Sur, ¿qué le recomendaría?
Le diría que piense acerca de la maravillosa posibilidad que podría brindarle la vida, si se saca de encima el temor a la construcción de una vida de entrega. Le aconsejaría que piense en su propia existencia dentro del universo, con amor y con paz, y más allá de países y regiones. Y que mientras tanto, mantenga sueños por cumplirse. Por último, le diría que se permita ser transformado por la grandeza de los demás seres humanos.
Son palabras de una artista que a cada minuto lucha con la muerte, reinventándose. Desde allí, Yayoi afirma: “Honestamente, éste es el mejor momento de mi vida”.
FICHA

Yayoi Kusama 
Obsesión infinita
Lugar: Malba, Av. F. Alcorta 3415
Fecha: hasta el 11 de septiembre
Horario: jueves a lunes, 12 a 20;
miércoles, 12 a 21. martes cerrado
Entrada: gral., $ 40. Est, doc y
jub, $ 20. miercoles, gral., $ 20
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lunes, 1 de julio de 2013

“Rayuela”: La novela que revolucionó la forma de leer cumple 50 años

“Rayuela”: La novela que revolucionó la forma de leer cumple 50 años

POR MAURO LIBERTELLA

La publicó Julio Cortázar en 1963, cuando estaba exiliado en París. Es una obra literaria clave del “boom” latinoamericano. Se tradujo a más de 30 lenguas.
Cortázar. Con un gato y una cámara de fotos, en París hacia fines de los 60. La década en la que escribió Rayuela. 

30/06/13
Para que una novela se convierta en un clásico se requiere, ante todo, un comienzo definitivo, inolvidable, y Rayuela lo tiene: “¿Encontraría a la Maga?”. Pero como si fuera poco, el libro que acaba de cumplir 50 años se puede empezar y terminar de distintos modos. Basta abrir el libro para encontrar el emblemático “Tablero de dirección”, que advierte que “a su manera, este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros”. Compuesta por 155 capítulos, el tablero propone dos formas de leer: como estamos acostumbrados, de principio a fin del libro, o saltando de una parte a la otra, siguiendo un orden discontinuo y prefijado por el auto
Rayuela salió el 28 de junio de 1963, mientras los Beatles sacaban su primer disco y el mundo inauguraba oficialmente los años sesenta. Julio Cortázar no era ajeno a los aires de su época, pero su historia como escritor ya tenía varias batallas encima. Además de los poemas y las obras de teatro con seudónimo (Julio Denis), que Cortázar publicó bien de joven, fue Jorge L. Borges quien editó por primera vez el relato “Casa Tomada” en la revista Los anales de Buenos Aires, en 1946. En los 50 lanzó tres libros de cuentos fundamentales, que son evidencia suficiente de su genio: Bestiario,Final de juego y Las armas secretas. En 1951, espantado del peronismo, se mudó a Francia y ahí vivió hasta su muerte, en 1984 -así, el año que viene se cumplen 30 años de su muerte y un siglo de su nacimiento. París fue una influencia central en su literatura, y él luego ayudaría a agigantar el mito de esa ciudad contemplada desde América Latina. En una época de grandes cambios y centralidad para la región, que encarnaba en los 60 la esperanza de una nueva izquierda, la literatura de Cortázar estuvo entre las que lideró el “boom”, esa apuesta editorial de la que salieron obras como Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez ,y La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, y La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes. El boom puso a la literatura latinoamericana en un lugar en el que nunca había estado, a la vista de todos. En el corazón de esa generación estuvo Rayuela, porque fue uno de los primeros y más arriesgados. Decenas de escritores han reconocido el efecto liberador de su lectura. En ese sentido, fue un libro fundante.
Es posible que esa cualidad anticipatoria haya contribuido para que la novela se convirtiera, con los años, en un manual de iniciación literaria. Para que este efecto funcione, la novela tiene que apelar a la identificación entre el lector y los personajes. Cuando sale Rayuela, la juventud, tal como la concebimos hoy, es un fenómeno cultural de invención reciente... El tiempo lo premió con la fidelidad de los jóvenes, que siguen siendo sus lectores más devotos. “Cuando lo terminé pensé que había escrito un libro de un hombre de mi edad para lectores de mi edad, y la gran maravilla es que encontró sus lectores en los jóvenes”, diría unos años después el escritor.
Pero no todo fue sencillo de entrada para Rayuela. En Argentina, un país con un campo literario tan activo e inclemente, donde hasta los escritores más geniales son discutidos, no esquivó esa coyuntura, y algunos de sus libros, sobre todo el Libro de Manuel, fueron idolatrados y destrozados. La novelista Sylvia Iparraguirre -próxima al grupo de la revista El escarabajo de oro, dirigida por Abelardo Castillo-, recordó: “Sigo pensando, más allá de mis objeciones personales, que es una muy respetable novela, una novela clave en la literatura argentina. También pienso que hay momentos que hoy resultan insoportables: cuando se reúnen a escuchar jazz en la casa de la Maga, cómo hablan y hablan y esos personajes, que son todos muy parecidos; el tono sensiblero de la carta al bebé Rocamadour. Esa es la vulnerabilidad de Cortázar: una retórica sobre la que pasó el tiempo. Hubo además una moda Rayuela, desastrosa para el propio Cortázar”.
En estos días de homenajes y semblanzas, el escritor y editor Damián Tabarovsky disparó: “Para mí, y para muchos de mi generación,Rayuela nació ya cursi, remanida, llena de recursos demagógicos, y, casi me animaría a decir, sociológica: encarna -igual que Sabato en otro extremo- el gusto de una clase media argentina que se imaginaba en ascenso social y suponía que, vía Cortázar y otros como él, accedía a la alta cultura, a la divulgación de la vanguardia francesa, al último grito de la moda de la novela moderna”.
Una de las posibilidades más seductoras que ofrece Rayuela es la de tratar de desentrañar cómo fue armando el propio autor ese prodigio de ensamblado y la técnica narrativa. En una entrevista, Cortázar precisó: “Sólo cuando tuve todos los papeles de Rayuela encima de una mesa, toda esa enorme cantidad de capítulos y fragmentos, sentí la necesidad de ponerle un orden relativo. Pero ese orden no estuvo nunca en mí antes o durante la ejecución de Rayuela. Escribía largos pasajes sin tener la menor idea de dónde se iban a ubicar y a qué respondían en el fondo”. Uno de los documentos más reveladores de ese proceso de escritura es el Cuaderno de bitácora, un cuaderno de 164 páginas que el autor le regaló a la lingüista Ana María Barrenechea, editado por Sudamericana y cuyos originales están en la Biblioteca Nacional. El crítico literario Juan José Mendoza lo describe así: “Aparecen frases sueltas del tipo: “París, enorme metáfora”. Se leen párrafos que, ampliados, aparecerán luego entre los capítulos definitivos. El diario también posee papeles intercalados. Dibujos, citas. Menciones al escritor Marcel Schwob y al pintor Paul Klee. Se leen cosas como “El tipo es más macho que la puta que lo parió”. A propósito de la Maga escribe: “Sentirse plus, sentirse gato, sentirse aire”.” La primera edición de la novela, por lo demás, agotó en un año la tirada precavida de cuatro mil ejemplares. El editor de aquella edición fue Paco Porrúa, además de su amigo, uno de sus mejores lectores. En un puñado de cartas (siempre fue un activo corresponsal; han sido editados cinco tomos de correspondencia personal), Cortázar le fue anticipando a su editor que estaba trabajando en un libro fuera de lo común: “El resultado será una especie de almanaque, no encuentro mejor palabra. Una narración hecha desde múltiples ángulos, con un lenguaje a veces tan brutal que a mí mismo me rechaza la relectura y dudo de que me atreva a mostrarlo a alguien, y otras veces tan puro, tan poco literario”. La rayuela es un juego de chicos, una especie de talismán que nos proyecta al paraíso lúdico de la infancia. Su título no es sólo una referencia a la complejidad formal de la estructura (esa posibilidad de ir para un lado o para el otro), sino también una clara alusión a lo lúdico y lo juvenil, dos pilares de lo que conocemos por cortazariano . A medida que pasó el tiempo, el libro nunca dejó de reimprimirse, y hoy es un sostenido long seller que vende 30 mil ejemplares por año en español. Traducido a más de veinte lenguas, es una máquina narrativa que no para. ¿Cómo lo leerán los japoneses? ¿Qué encontrarán ahí los checos o los rusos? No lo sabemos pero estamos seguros de que, como ninguna otra novela argentina, trascendió los límites de la literatura nacional. El escritor en lengua castellana más influyente de las últimas décadas, el chileno Roberto Bolaño, destacó que Cortázar fue su mayor inspiración para varios de sus libros, sobre todo en Los detectives salvajes, la novela que ahora leen muchos jóvenes. El efecto Cortázar se multiplica.

El cine arte tiene casa: reabren salas para películas de autor

El cine arte tiene casa: reabren salas para películas de autor

El complejo Arte Multiplex, en Belgrano, y Gaumont, en Congreso, proponen films no comerciales
Por   | Para LA NACION
El complejo Arte Multiplex tiene cinco salas y capacidad para 800 personas. Foto: Santiago Filipuzzi
Hace un año, parecía que Buenos Aires estaba en camino de perder un gran motor de su vida cultural. Varias salas de cine dedicadas a exhibir películas menos comerciales amenazaban con desaparecer y la situación tenía en vilo tanto a los porteños amantes del cine de autor como a los productores, actores y directores locales, que dependen de este tipo de salas para difundir sus películas.
Sin embargo, la reapertura reciente del cine Arte Multiplex, ubicado en el barrio porteño de Belgrano, y la inminente vuelta del cine Gaumont, ubicado frente a la plaza Congreso, indican que la situación cultural es otra.
"Siempre adoramos este cine, no hay muchas otras opciones para ver películas diferentes, en pantalla gigante, con amigos con quienes podés discutirla después. Por suerte lo volvieron a abrir", explicó a LA NACION María Mottis, una profesora de filosofía que el jueves pasado esperaba con su ticket en el vestíbulo del cine Arte Multiplex para ingresar a ver su segunda película de la semana.
"Las películas que dan acá son difíciles de conseguir en un video club, y aunque las puedas conseguir, en tu casa te perdés de la adrenalina del cine, las luces que se apagan, la expectativa, la pantalla, es fantástico", señaló Marta Rapport, otra espectadora agradecida con la reapertura de la sala.
A principios de mayo del año pasado, la noticia del cierre de este reconocido cine del barrio de Belgrano generó la reacción del reducido pero fiel público.
Se organizaron "abrazos simbólicos", asambleas vecinales y otras iniciativas llevadas adelante tanto por los vecinos de Belgrano como por actores, directores, productores y espectadores de otras partes de la ciudad, que peregrinaban a esta sala en busca de otro tipo de cine.
"Yo me vengo desde Versailles a este cine porque es el único lugar donde puedo ver estas películas. Me hizo mucha falta cuando cerró", señaló a LA NACION Norma Blaisten, bioquímica y cinéfila confesa, mientras entraba en la sala.
La clausura del Arteplex coincidió en su momento con la amenaza de cierre del también emblemático cine Gaumont, uno de los espacios de difusión más importantes del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa).
La emblemática sala ubicada en el kilómetro cero, en el barrio porteño de Congreso, es un cine que tiene más de cien años de historia.
Hace poco más de ocho años, en 2004, se transformó en la sede inaugural del Programa Espacios Incaa y cada año pasan más de medio millón de espectadores por sus salas, que están destinadas exclusivamente a la exhibición de películas argentinas o latinoamericanas.
El año pasado, el cine Gaumont estuvo en peligro de cerrar, ya que los dueños de la sala quisieron revocar el alquiler con posibles intenciones de demolerlo para disponer de ese espacio para otros fines comerciales.
Finalmente, en julio del año pasado, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires votó una ley para proteger el edificio y evitar la demolición. Al poco tiempo, la sala fue adquirida de manera definitiva por el Incaa.

EN MARCHA ATRÁS

Hasta hace poco tiempo, todo parecía indicar que la ciudad estaba perdiendo una gran parte de sus salas dedicadas a la proyección del cine menos comercial y que el futuro de los espectadores que prefieren ver películas que no se producen en Hollywood y los que trabajan en la producción de cine local era incierto.
Sin embargo, a un año de este panorama, el Arteplex fue adquirido por la empresa de cines Multiplex y volvió a abrir sus salas en la avenida Cabildo al 2800, con el nuevo nombre de Arte Multiplex Belgrano.
El cine Gaumont, en la avenida Rivadavia 1635, también sobrevivió a su crisis, ya que el Incaa logró adquirir la sala que anteriormente sólo alquilaba, la remodeló y la volverá a abrir mañana.
Por su parte, la empresa Multiplex planea expandir su proyecto cultural y abrir más salas dedicadas al cine arte, con la ilusión de poder transformar el complejo Arte Multiplex en un auténtico circuito de películas de autor.
"Nos está yendo muy bien, los fines de semana tenemos salas llenas. Por eso creemos que esto puede seguir creciendo, queremos armar un circuito que sea bastión del cine de autor", explicó a este diario Viviana Feldman, una de las socias de la empresa.
Esto no significa que el desafío y los riesgos de mantener un cine de estas características no sea grande. El público al que apunta esta sala en Belgrano no deja de ser un porcentaje muy reducido de los espectadores en general. No suele haber estrenos que hagan explotar la taquilla, no se venden pochoclos, nachos ni gaseosas en el salón, y la cantidad de películas que se producen de este estilo y calidad no son tantas.
"El nicho existe, hay gente que quiere ver otro tipo de cine y que lo quiere ver con todas las comodidades que tienen las salas comerciales. Así que lo primero que hicimos fue acondicionar el cine para que estuviera a ese nivel", agregó Feldman en diálogo con LA NACION.
 
Mañana será reabierto el cine Gaumont. Foto: Marcelo Gómez

MÁS CREATIVIDAD

Pero mejorar las butacas y las pantallas no es suficiente. Como el público no es tan amplio y masivo hay que intentar reforzar la asiduidad y la fidelidad del espectador, darle razones para ir todavía con más frecuencia al cine.
"Hay que recurrir a la creatividad. Nuestro objetivo es fomentar lo vincular, fomentar el vínculo especial que la gente tiene con este cine, para que la experiencia vaya más allá de ir a ver una buena película, queremos que se genere una comunidad en torno a este cine", afirmó Feldman.
Con este desafío en mente, los responsables del cine Arte Multiplex lanzaron el jueves último el denominado Club del Espectador, un programa por medio del cual se organizarán actividades de cine-debate, charlas con críticos y directores, y ciclos temáticos para los espectadores.
"En su momento, tuvimos la posibilidad de reabrirlo como un cine comercial. Pero nos dimos cuenta de que la gente quería mucho este espacio, que el nicho de espectadores de cine arte existe y que esta apuesta, aun con sus riesgos, también puede funcionar. Sólo requiere pensar otro tipo de estrategias, y estamos apostando a eso."
El complejo cuenta con cinco salas, de las cuales dos ya son digitales y tres son para películas de 35 milímetros. La capacidad total es de 800 butacas.

REESTRENO CON REFACCIONES

En febrero de este año, el emblemático cine Gaumont, que está ubicado frente a la Plaza del Congreso, se cerró para poder realizarle distintas refacciones. Según pudo saber la nacion, los trabajos incluyeron la digitalización de todas sus salas. Finalmente, el actual Espacio Incaa km O, cine Gaumont, volverá a recibir a su público mañana en avenida Rivadavia 1635, ciudad de Buenos Aires. La cartelera de esta sala, como la del resto de los Espacios Incaa del país, se puede consultar en el sitio oficial web http://espacios.incaa.gov.ar ..
Del editor: qué significa.
La oferta cinematográfica de autor confirma a Buenos Aires como un ámbito de calidad por la diversidad de sus propuestas culturales