'Composición cubista', obra de Blanchard | Crédito: Museo Nacional Centro de Arte Reina
Cuando escuchamos el término “cubismo”, rápidamente acuden a nuestra mente un puñado de nombres: Picasso, Juan Gris,Metzinger, Braque… Sin embargo, pocos –o ninguno– son los nombres femeninos que evocan la mención a esta vanguardia artística de comienzos del siglo XX.
Cuando escuchamos el término “cubismo”, rápidamente acuden a nuestra mente un puñado de nombres: Picasso, Juan Gris,Metzinger, Braque… Sin embargo, pocos –o ninguno– son los nombres femeninos que evocan la mención a esta vanguardia artística de comienzos del siglo XX.
Pese a la omisión anterior, lo cierto es que el cubismo contó con un magnífico exponente femenino: la española María Blanchard, quien destacó en París como una de las principales figuras de la vanguardia europea.
Y es que aunque ignorada prácticamente por todos hasta fechas muy recientes –no fue hasta 2012, coincidiendo con el 80 aniversario de su muerte, cuando la Fundación Botín y el Museo Reina Sofíale dedicaron sendas muestras monográficas–,su obra y su persona fueron muy valoradas por sus colegas y compañeros de su etapa parisina, entre ellos nada menos que Picasso, Gris o Diego Rivera, quienes fueron amigos cercanos de la artista santanderina.
Por desgracia, y especialmente en España, Blanchard no sólo tuvo que hacer frente a la indiferencia que sufrían también otras mujeres artistas en un mundo dominado por hombres, sino que además debió soportar las burlas y el rechazo debido a su deformidad física, pues María padecíacifoescoliosis, una dolencia de la columna vertebral que se manifestaba en una visible joroba.
A pesar de este problema de salud, María, que nació en 1881 el seno de una acomodada familia santanderina de carácter liberal y culto, no sufrió trabas a la hora de dedicarse a su pasión: el arte. De hecho, su padre, Enrique Gutiérrez-Cueto –fundador y director del diario liberal El Atlántico–,la animó siempre a seguir esa dirección, y fue así como, en 1903, se traslada a Madrid para continuar sus estudios de dibujo y pintura.
En la capital estudió junto a artistas como Manuel Benedito y Álvarez de Sotomayor, y poco después sus pinturas comenzaron a ser expuestas en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. Coincidiendo con el reconocimiento de su valía artística al recibir su tercera medalla en estas exposiciones, el Ayuntamiento de Santander y la diputación de la provincia le concedieron una beca para que Blanchard pudiera proseguir con su formación en la que, en aquel entonces, era la auténtica capital artística del momento: París.
Así, en 1909 –con 28 años–, la joven María llegaba a la capital gala, donde no tardaría en destacar con luz propia. En la ciudad del Sena, la pintora santanderina estudió junto a artistas de la talla del catalán Anglada Camarasa o el holandés Keen van Dongen. De este modo, aquellos años, que coinciden con su etapa de formación, sus obras transmiten una clara influencia de todos los que hasta entonces habían sido sus maestros, tanto en España como en Francia.
Fruto de esta influencia, sus obras de este periodo se mueven todavía en la figuración, aunque con una variedad de estilos que transitan entre el simbolismo y el expresionismo.
'El niño del helado' | Crédito: Centro Pompidou, París.En estas fechas de principios de siglo se produce también un contacto con otros artistas que será decisivo para el futuro creativo de la joven española. En París Blanchard coincidió con los más importantes miembros de las vanguardias del momento, entablando una estrecha amistad con Picasso, Gris y Rivera, entre otros.
Con estos dos últimos, además, no sólo compartió estudio, sino también vivienda, y con ellos realizó varios viajes por toda Europa, empapándose de la animada vida cultural de las distintas ciudades que visitaron. Por otra parte, María también fue admitida en el cerrado círculo de artistas que, de forma continua, se reunían en apasionantes tertulias de la capital gala.
Fue la notable personalidad de Blanchard, con su cautivadora inteligencia y su indudable talento, lo que deslumbró a sus colegas artistas y la hizo merecedora, a ojos de éstos, de formar parte de su exclusivo círculo, a pesar de que era un mundo casi en exclusiva masculino. A todos los efectos, para Picasso, Braque, Gris, Metzinger y otros de su talla, María era uno de ellos.
Inmersa ya de lleno en el movimiento cubista, y destacándose como una de sus más valiosas representantes, Blanchard regresó a Madrid y expuso alguna de sus obras en ‘Los pintores íntegros’, el salón de arte moderno organizado por Gómez de la Serna. Sin embargo, y por desgracia, la capital española no sólo estaba lejos geográficamente de la ciudad francesa, sino también social y culturalmente.
Donde el ambiente cultural parisino veía obras de gran talento y valía, creadas por una mujer extraordinaria que destacaba en la corriente pictórica del momento, el público madrileño sólo supo ver pinturas extravagantes, antiestéticas e incomprensibles, surgidas de los pinceles de una jorobada esperpéntica.
Abatida por las críticas y las burlas, Blanchard regresó a París, donde sí se apreciaban sus creaciones. De hecho, poco después de su retorno, en 1916, André Salmon la escogió como una de las artistas a destacar en la exposición ‘L’Art Moderne en France’, junto otros pintores de éxito. Por otro lado, firmó un contrato con el galerista y marchante Léonce Rosenberg, y a partir de ese momento su carrera y sus condiciones de vida mejoraron notablemente.
Con el fin de la Primera Guerra Mundial, y al igual que otros muchos artistas del momento, la santanderina se sumó a la llamada ‘Vuelta al orden’–, dejando atrás la abstracción y regresando a la figuración.
'La comulgante', de María Blanchard | Crédito: Museo Nacional Centro de Arte Reina So …Fue en esta etapa, precisamente, cuando Blanchard alcanzó un mayor éxito en su carrera. En 1919 celebró su primera exposición individual y, un año más tarde, fue escogida por la revista Sélection para exponer sus obras de estilo cubista en una muestra celebrada en Bruselas, acompañando a Picasso, Metzinger y Rivera, entre otros.
En 1921 presentó en el Salón de los Independientes la pintura ‘La comulgante’ (1914-1920), y con ella obtuvo un éxito rotundo, que le valió el favor de crítica y público. Sin embargo, aquel destino favorable era sólo un espejismo.
María seguía profundamente atormentada en su interior, y no sólo por su físico. Pese al éxito, pensaba que carecía de talento, y que sus triunfos eran únicamente fruto de su continuo esfuerzo y tesón. El amor, además, también le cerraba sus puertas, pues aunque estuvo enamorada de Diego Rivera, el mexicano nunca le correspondió. Convencida de que la causa era su físico, en más de una ocasión llegó a asegurar: “Cambiaría toda mi obra por un poco de belleza”.
De este modo, Blanchard se vio sumida en una profunda depresión de la que le resultaría imposible salir. A su desengaño amoroso y sus inseguridades se sumó poco después una tragedia: la muerte de su gran amigo Juan Gris, uno de sus mayores apoyos.
Llevada por la melancolía y la desazón, María fue apartándose poco a poco de galerías y exposiciones, y así se mantuvo hasta su muerte, ocurrida en abril de 1932.
Su fallecimiento causó poco impacto en los ambientes intelectuales y culturales europeos y, aunque había sido una de las grandes artistas de las vanguardias de principios de siglo, su nombre fue cayendo en el olvido, hasta el punto de que varias de sus obras acabaron atribuyéndose a su amigo del alma, Juan Gris.
Un lamentable abandono que, por suerte, se ha ido corrigiendo en los últimos años, devolviendo la figura y la obra de la genial María Blanchard al lugar que le corresponde: el de una de las representantes principales del arte de las primeras vanguardias.
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